Desacelerar y compartir alimentos, trinchera culinaria frente al “fast food”

Fotografía: Marysol*
La comensalidad implica convivir y compasar el tiempo propio con el de los demás

La vida urbana está marcada por el consumo, los alimentos abarrotan los anaqueles del individualismo, la
dieta está ausente de felicidad compartida. Frente a este panorama, la alternativa se encuentra cuando desatendemos el reloj del horno de microondas para desacelerar, expresó Guadalupe Valencia, directora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM (CEIICH-UNAM).

El análisis temporal de la comensalidad, o la manera en que las personas comen juntas, permite identificar los ritmos de producción, las formas de preparación y los modos de consumir alimentos según los calendarios, afirmó la investigadora.

La comensalidad puede ser dulce o amarga, ya que históricamente los conflictos y las relaciones de poder se expresan durante la comida. Ocupar la cabecera de la mesa, como símbolo de autoridad, o servir a todos los comensales y sentarse hasta el final, como muestra de subalternidad, son expresiones de las asimetrías sociales durante el acto de comer, aseveró la investigadora.

Al estudiar la relación entre el tiempo y la comida, se identifica la transformación continua de los hábitos alimenticios, como se observa con el remplazo de formas de comensalidad tradicionales por la modalidad de comida rápida o fastfood. En las ciudades contemporáneas las formas de alimentación se han fraccionado, están basadas en múltiples tomas o snacks individualizados, es una sociedad de fast food atomizada en sus hábitos de alimentación, expresó Valencia.

Frenar y compartir los alimentos se convierte en una trinchera culinaria, la vida contemplativa devuelve capacidad de reencontrar los sentidos y convidar nuestros platillos genera una compleja experiencia de alimentación. Compartir la comida nos da felicidad, señaló Valencia.

Algunos ejemplos de alternativas se observan en la solidaridad alimentaria del grupo de mujeres denominadas las patronas, de Amatlán de los Reyes, Veracruz, quienes desde 1995 alimentan a los migrantes centroamericanos durante su paso a bordo del tren conocido como la bestia. Por otro lado, durante los sismos del 19 de septiembre de 1985 y 2017, la preparación y transporte de comida fueron formas notables de solidaridad, una modalidad de comensalidad a distancia que recreó las fortalezas comunitarias, aseveró la directora del CEIICH-UNAM.

Las reflexiones de Guadalupe Valencia fueron compartidas durante la sesión del seminario Cultura y Representaciones Sociales, coordinado por Gilberto Giménez, Investigador Emérito del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM (IIS-UNAM), y por Jorge A. González y Tommaso Gravante, investigadores del CEIICH-UNAM. La sesión del seminario se llevó a cabo el 24 de agosto de 2018 en el Auditorio del IIS-UNAM.


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