Baile callejero: ¿resistir o desafiar a la muerte?

* Por motivos de derecho de autor, entre el minuto 1:00 y el 4:36 el video fue editado, silenciando el sonido ambiente.

Danza peligrosa: escenario de una postal

 

Eran las cinco menos cuarto de la tarde. El sol destellaba en un pálido dorado sobre los cuerpos andantes, bolsos, patinetas y patines sobre el suave deslizar de la Alameda. Chicles, dulces, cigarros, la venta ambulante sobre una silla de ruedas. Niños nadando en una fuente sin agua; exiguo el manantial, pero el juego perpetuo. A unos cuantos metros se escuchaba el eco de una danza peligrosa, manos entrecruzadas, rostros mirándose de frente con la respiración agitada por el baile. Me acerqué al escenario: al centro de la cadencia. Me dieron ganas de bailar, ahí, en medio de todos. Sonaba una canción: “Oye mujer, yo solo quiero darte un beso nomás”, y de inmediato tomé mi celular para comenzar a grabar. Video de baja resolución pero que el momento me impulsó a grabar sin guardar apariencias. Para la primera toma sujeté el dispositivo con ambas manos de forma horizontal. La segunda toma la grabé sentada en una de las bancas de la Alameda Central en la Ciudad de México. El celular recargado en una mochila y con una distancia considerable para apreciar la “pista de baile”, a los transeúntes y a las expresiones diversas que acontecieron el 27 de febrero de 2021 en ese lugar.  

 

La Alameda Central entre el bermellón y el carmesí

 

Posterior a las fechas decembrinas, los contagios de Covid-19 comenzaron a escalar para posicionarse en un punto lejano al de inflexión. En la Ciudad de México se saturaron los hospitales y para el 11 de enero de 2021 la capacidad hospitalaria se encontraba a un 90% de acuerdo con las declaraciones de la jefa de gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum. Sin embargo, las imágenes de las largas filas para conseguir tanques de oxígeno, los constantes testimonios de contagios, la muerte de los familiares de algunas amistades y de conocidos, reflejaron un porcentaje aún más alarmante de hospitalización y propagación del virus. Como experiencia personal, fue más difícil enero de 2021 que los primeros meses de la pandemia en México.

Por todo tipo de razones, desde el estrés de resultar contagiada por el creciente número de amistades infectadas pese a que únicamente salía por los alimentos y con todas las medidas sanitarias, pero que, al tener conocidos con la enfermedad, sentía que el virus nos acechaba a mí y a mi familia, hasta por el constante ruido de las sirenas, las ambulancias a todas horas resonaban en las avenidas circundantes a mi hogar. Sin embargo, cada persona ha reaccionado a esta pandemia de diversas formas y cada expresión también varía en la temporalidad.

La movilidad de la población en los espacios públicos fluctuó, pero el flujo no hubiera cesado como aquel domingo 12 de abril del 2020, si el gobierno de la Ciudad de México (CDMX) no hubiera desplegado mecanismos para evitar la aglomeración, la convivencia social y el esparcimiento. Ese domingo fue cuando gran parte del Centro Histórico y sus alrededores amanecieron con vallas metálicas, las fuentes de la Alameda Central resguardadas con cinta amarilla (La Jornada, 12 de abril 2020) para que los transeúntes no fueran seducidos por un espacio abierto. Y aunque esa fue la fecha en la que se generalizaron esas medidas como parte del programa de sana distancia del gobierno de la CDMX, desde el 8 de abril de ese año ya se había comenzado a amurallar la Alameda (Excelsior, 08 de abril 2020).

No transcurrieron muchos meses para que se diera el retorno de gran afluencia hacia el centro de la ciudad. El anuncio de la nueva normalidad para junio de 2020 envió un mensaje diferenciado para cada perfil demográfico. Y es que, si bien se han detectado ciertos patrones de comportamiento entre la población citadina, ningún perfil se salva de quebrar el confinamiento para aglomerarse en fiestas clandestinas, bares ocultos, venta por parte de los negocios que no están permitidos conforme al calendario de reactivación económica, reuniones familiares, saludo de mano, besos, abrazos que confortan, pero prohibidos dentro del nuevo código de comportamiento social.

En junio aún se veían mantas que anunciaban la entrada a una zona de alto riesgo de contagio, y la Alameda era/es uno de esos puntos. Tal como una película de zombis, las mantas y cartelones con un amarillo alarmista, advertían a la población de no entrar a esa zona prohibida: “¡Cuidado!, no toque nada, zona de alto contagio, guarde su distancia”… Pero la vida sigue. Inclusive, considerando dentro de un marco de moralidad lo permitido y lo vetado bajo pandemia, hay personas que no tuvieron oportunidad de parar, tal como lo retratan otras postales de la serie: el metro en su continuo andar, la venta en los tianguis, comercios y plazas comerciales, la protesta, búsqueda de empleo, y también un profundo deseo de mover el cuerpo más allá de los confines del hogar. El primer ciclo de la nueva normalidad acabó con el retorno a semáforo rojo; las autoridades prolongaron el semáforo naranja, decían algunos. Una paleta de colores que hizo el retorno paulatino, del naranja claro pasó a un tono carmesí.

Más allá de los festejos decembrinos, en enero, en “pleno pico”, se captaron bailes citadinos, callejeros, la algarabía.

El 3 de enero se presenció un baile tumultuoso en Patio Juárez, en el Centro Histórico, capturado por las cámaras de La Jornada y de otras tantas que documentaron el tránsito silencioso del miedo a su revés. ¿Y cuál es su revés? ¿La esperanza de un mañana mejor o el desafío a la muerte? Y es que el cuerpo no resiste mucho en los confines de las cuatro paredes, o aun sin confinamiento, no soporta el aislamiento del rose gozoso, del entregarse en un baile; los ojos acuciosos de los medios de comunicación, de la moral pandémica y de los ajenos a estas prácticas que, quieren saber el porqué. Por qué salir a bailar en la calle cuando nos estamos muriendo, muriendo de miedo, muriendo de soledad o del propio virus que es la causa de este mortífero tiempo. Pero tal como se mencionó en otras de las postales: “quizá hasta el miedo cansa” (Quienes no pararon, Aldo Orozco).

 

Lugar de muerte y de goce

 

La regulación de la distancia ha sido esencial para disminuir la propagación del virus. Si el confinamiento hubiera sido posible para todos los habitantes de la Ciudad de México, el paisaje urbano habría estado vacío y sin movimiento; pero eso es imposible. Aún más inimaginable si se tiene en cuenta que en la ciudad residen poco más de 9 millones de personas, cuantioso número de cuerpos en potencial riesgo de caer enfermos. Hacia finales de febrero la regulación se flexibilizó, de nuevo se pudo tomar un respiro después del caos del primer mes del 2021; aunque solo para algunos, porque muchas personas todavía se encontraban en la batalla contra el virus. Para esas fechas me sentí un poco más segura y salí por un par de libros a unos de los lugares con mayor concentración: el Centro Histórico.

Al cruzar la calle, la Alameda se me mostró con un esplendor característico de final de mes: fin de semana de quincena y previo al inicio de marzo, mes primaveral. Tenía meses sin salir y caminaba con cierto recelo. No recuerdo el número de veces que repetí la frase: no parece pandemia. En realidad, todo parecía “como antes”. El antes y el después determinado por la institucionalización del tiempo a través de la Jornada de Sana Distancia, implementada por la emergencia sanitaria, supuso un corte de escena. En un abrir y cerrar de ojos nos cambió la percepción del espacio y las maneras de poder apropiarnos de él.

El esparcimiento en la Alameda y sus alrededores engloban varias actividades, entre ellas el baile. En cuanto escuché la cadencia característica de la electrocumbia y la salsa me impelió a acercarme y a mover los pies, no obstante, hubo cierta distancia autoimpuesta e inserta en mi cuerpo por la información adquirida los meses previos; información que fue recibida por los receptores de distancia: ojos, oídos y nariz. Receptores primordiales en la vida cotidiana, tal como lo menciona Edward Hall (2003) en La dimensión oculta, asimismo la piel es otra parte esencial de la percepción del espacio, de las capacidades sensorias y de la captación del mundo. A través de este órgano tenemos contacto con los otros y a través de él también nos comunicamos. Una comunicación silenciosa que está coartada por el uso del cubrebocas y las restricciones de los códigos de comportamiento en este cambio epocal. La representación del cuerpo ha cambiado, aunque no es posible señalar en qué medida, todavía se sigue reconfigurando su figura, sombra y movilidad. Le Breton (2002: 11) dice que el cuerpo es “lugar de precariedad, de la muerte, del envejecimiento” pero también nos dice que si el cuerpo danza se está en medio del goce del mundo (2010: 112).

 

La última y nos vamos: reflexión final

 

Impactada por las prácticas que perduran en el espacio aun en pandemia por la Covid-19, me quedé prendada unos minutos más, posteriores a la grabación de la postal. No había muestras de que las parejas se dijeran: la última y nos vamos, al contrario, llegaba más gente animada por el baile. Los espectadores también tapaban con sus formas el centro de la pista. La apropiación del espacio público a través del movimiento por el baile supone un riesgo, tanto para los que, cómplices del juego, se activan, como para los que circulan por las calles. Sin embargo, algunas preguntas a considerar, más allá de una enunciación moral, quedan para reflexionar en conjunto ¿el baile callejero es una resistencia a los tiempos mortíferos? ¿han cambiado las prácticas de baile y contacto? ¿los receptores de la percepción del espacio se han modificado y por lo tanto cambiado la forma en cómo se ejerce el esparcimiento en el espacio público? Preguntas para analizar en conjunto, como sociedad, traspasando las fronteras de lo académico.

Mi aseveración derivada de la observación de esta postal en movimiento es que al estar en espacios abiertos ante el movimiento de los demás, se van dejando atrás los códigos de distancia social, es por ello que suponer un confinamiento total es un ideal que se rompe por las diversas necesidades de la población, inclusive la del contacto, aun cuando esa necesidad represente cierta irresponsabilidad. Evaluar nuestra distancia social y lugar, cuerpo confinado a la piel, es esencial en esta era del baile restringido.

 

Referencias

 

Corona, Salvador (2021). CDMX registra ocupación hospitalaria del 90% por Covid-19. El Universa 11 de enero. [en línea]. Disponible en: <https://www.eluniversal.com.mx/metropoli/cdmx-registra-ocupacion-hospitalaria-del-90-por-covid-19> (consulta: 14 de julio de 2021).

Excélsior (2020). Así luce la Alameda Central con vallas metálicas. Excélsior Dinero en Imagen. 8 de abril. [en línea]. Disponible en: https://www.dineroenimagen.com/actualidad/asi-luce-la-alameda-central-con-vallas-metalicas/121430> (consulta: 14 de julio de 2021).

González, Rocío, Bravo, Elba y Bolaños, Ángel. (2020). Calles y plazas, desiertas; centros de abasto, los únicos con afluencia. La Jornada. 12 de abril [en línea]. Disponible en: <https://www.jornada.com.mx/ultimas/capital/2020/04/12/calles-y-plazas-desiertas-centros-de-abasto-los-unicos-con-afluencia-8611.html> (consulta: 14 de julio de 2021).

Hall, Edward (2003). La dimensión oculta. México: Siglo XXI.

La Jornada (2021), “Arman baile en el Centro Histórico, pese a la pandemia”. La Jornada, videos. 3 de enero. [en línea]. Disponible en: <https://videos.jornada.com.mx/video/33015538/arman-baile-en-el-centro-historico-pese-a-la-pande/> (consulta: 14 de julio de 2021).

Le Breton, David (2002). Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión.

Le Breton, David (2010). Cuerpo sensible. Santiago: Ediciones Metales Pesados. 

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