Hacer ciencia, sin sacrificar valores y emociones
Ser científica, para mí, implicar tener curiosidad e inquietud para comprender el mundo en el que vivimos, con el objetivo último de contribuir a mejorarlo.
Dedicarse a la investigación es una labor de las más estimulantes porque permite aprender constantemente, conocer teorías que otras personas construyeron para comprender lo que sucede a nuestro alrededor, poner a prueba estas teorías y trabajar para consolidar algunas de ellas o generar nuevas teorías.
El trabajo de investigación social, en particular, permite estar en el mundo con la actitud de comprender lo que estamos viviendo o lo que ha pasado (comprender en lugar de juzgar es mi lema). Somos observadores, pero también formamos parte de la sociedad que queremos comprender, y esta influye en nuestras vidas. Por ejemplo, al empezar la pandemia de Covid-19 no pude quedarme quieta esperando que terminara esa pesadilla, y empecé a leer mucho para comprender por qué se había generado, cuáles eran las causas, por qué las personas respondimos de manera diferentes. Y de leer pasé a observar, y luego a preguntar, y terminé escribiendo algunos de los resultados de esta pesquisa, que empezó por inquietud personal.
Dedicarse a la investigación científica tiene la gran ventaja de aprender un método que se puede aplicar para comprender el mundo, por ejemplo, buscar información confiable, comparar o verificar fuentes, acceder a relatos que se pueden convertir en datos, entre otras cosas. Dedicarse a la investigación científica no hace que tengamos las respuestas a todas nuestras inquietudes, pero permite aprender a hacer preguntas.
Otra oportunidad de la carrera científica es poder hacer comunidad con otras personas, en todo el mundo, que se están haciendo preguntas parecidas, y a veces estas relaciones son muy enriquecedoras y hasta ayudan a manejar emociones desagradables como la ansiedad o la angustia que se pueden generar el vivir una pandemia o la crisis climática, así como la frustración de no poder resolver todos los problemas que estamos viviendo hoy en día. Porque si algo es cierto es que hacer comunidad rompe con la soledad y la desesperanza, y además el conocimiento es siempre es resultado de un esfuerzo colectivo.
Las mujeres podemos aportar mucho al conocimiento científico también desde nuestra sensibilidad, la cual nos ayuda a comprender el mundo con una mirada, a veces, diferente de la dominante. Por supuesto, no todas las mujeres tenemos la misma sensibilidad, pero es más común que se nos haya educado al cuidado, o que tengamos una mayor empatía. No es un caso que en movimientos como el ecologista o el anti especista las mujeres sean mayoría, así como está pasando en carreras que tienen que ver con temáticas socioambientales.
Si la sensibilidad y la empatía pueden ayudarnos a ser investigadoras capaces de reconocer matices y patrones sociales invisibilizados a los ojos de otros colegas, también a veces se convierten en obstáculos ya que en algunos ámbitos emociones y sensibilidad se consideran todavía como incompatibles con la racionalidad. La ciencia de las emociones está creciendo rápidamente y ahora sabemos que las emociones son parte de la racionalidad, son necesarias en el proceso de toma de decisiones, suprimirlas es muy desgastante, y que la empatía, como capacidad, puede convertirse en una herramienta en la investigación.
Reivindicar la sensibilidad puede ser un obstáculo y, a veces, por ser mujer, de ciencias sociales, incluir a las emociones, o privilegiar enfoques microsociales, he llegado a experimentar cierta invisibilización, pero, finalmente, pude encontrar un espacio, gracias también a las y los que abrieron brecha antes de mi (volvemos a la importancia de la comunidad). El conocimiento no requiere de reflectores para fortalecerse, y a veces los impactos del trabajo son inesperados y las ideas llegan mucho más lejos de lo que nunca hubiéramos imaginado. Es verdad, hay que aprender a manejar la frustración y la desesperanza que se generan al necesitar mucho tiempo y esfuerzo para poder construir un conocimiento profundo y riguroso, -tiempo muchas veces incompatible con modelos sociales y culturales siempre más rápidos que requieren de resultados cuantificables, soluciones inmediatas, y recetas de fácil aplicación-, pero mi experiencia me enseñó que vale la pena. Dedicarse a la investigación científica permite conocer otras formas de vivir y sentir, aprender a observar el mundo desde otras miradas, cuestionar la “normalidad”, y aprendiendo crecemos y nos empoderamos. Y desde este conocimiento y esta fuerza interior podemos contribuir a la construcción de alternativas al modelo social y económico dominante que nos hace daño, a nosotres y a la naturaleza.
Espero que cada día más mujeres tengan el deseo y la posibilidad de convertirse en científicas, y espero, en calidad de académica, de poder apoyar aquellas jóvenes con la que cruzaré mi camino. Aún existe desigualdad en el acceso a la carrera científica, así como prejuicios, y nadie tendría que sacrificar sus valores, emociones, cuerpos, o relaciones al elegir esta carrera, porque el conocimiento que se construye sacrificando nuestras vidas no puede crear un mundo mejor.
El gran desafío de la comunidad científica es crear las condiciones para que todas las mujeres, así como todas las demás personas que por alguna razón fueron excluidas, puedan aportar su granito de arena en todas las áreas del conocimiento, superando los límites de la cultura machista y antropocéntrica, que sigue alimentando prejuicios y discriminación, también en la comunidad científica.
#11F
Contenidos creados por la comunidad académica del IIS-UNAM en el marco del Día Internacional de las Mujeres, Jóvenes y Niñas
Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM