Publicado por Delphine Prunier y Sergio Salazar Araya en Revista común el 19 de octubre de 2022
La migración centroamericana se describe y se piensa, desde los últimos cinco años, como un movimiento de huida y exilio, frente a la imposibilidad de sostener la vida en los lugares de origen, que han sido marcados por la pobreza y la violencia. También, se puede interpretar como un movimiento de rebeldía frente a los regímenes globales de fronteras, que irregularizan y criminalizan a las personas que reivindican el derecho a migrar. Pero muy a menudo, se mira con los lentes de los espacios de recepción o de tránsito, es decir, de los países que tienen que gestionar, controlar o contener estas “olas”. Obviamente, se trata de los países del Norte Global (los de la Unión Europea, EE.UU. y Canadá), que colocan el “problema” o “riesgo” migratorio en el centro de su retórica de seguridad, identidad y control; pero también, de países del Sur, tradicionalmente emigrantes, cuyo estatus se ha transformado en el sistema migratorio regional y global, pasando a ser a la vez países de tránsito, retorno, instalación y refugio. México, Colombia o Perú en América Latina, por ejemplo, constituyen espacios claves en las dinámicas de movilidad Sur-Sur; recordemos que sólo una tercera parte de las migraciones internacionales en el mundo se realizan de Sur a Norte, el resto entre países de mismo nivel de desarrollo.
La perspectiva hegemónica sobre el fenómeno migratorio sigue ubicándose, entonces, en los países que reciben a lxs migrantes, generalmente con más hostilidad que hospitalidad, y muchas veces apunta justamente a un conocimiento funcional para el mantenimiento de esas formas de gestión. El caso de la migración centroamericana no es la excepción, y podemos observar que las narrativas se construyen principalmente desde los EE.UU. y México, tanto desde la esfera mediática como la académica o el activismo político. Desde el 2018, es impactante observar la cantidad de informaciones, imágenes y textos que han circulado sobre las espectaculares caravanas –espectaculares porque son símbolos de ruptura y resistencia, pero también, de aparente caos, drama social y amenaza a la integridad nacional, según el punto de vista del generador del discurso–. Con la caravanización (del relato) de la migración centroamericana, también se ha puesto mucha atención a la categoría de desplazamiento forzado y a la violencia de las pandillas en los países de origen, así como a las violaciones a los derechos humanos (por parte de las instituciones gubernamentales o del crimen organizado), a lo largo de los espacios y fronteras de la externalización del control para detener o disuadir la entrada a los EE.UU.
Este ángulo de lectura unilateral, repetido, producido y difundido masivamente tiene, no obstante, un punto ciego: el de los espacios de origen de la migración, es decir, el Istmo centroamericano. ¿Cómo podemos describir, entender y descifrar la migración centroamericana sin integrar una perspectiva desde los contextos de expulsión?, ¿De qué manera podemos construir análisis críticos sobre la autonomía migrante, la brutalidad de las políticas migratorias o las relaciones de poder de la geopolítica regional, sin la mirada desde el Sur, sin pisar los barrios urbanos empobrecidos o el campo devastado y despojado de Honduras, Nicaragua, Guatemala o El Salvador?
Desde los estudios críticos sobre la migración se considera urgente integrar más y mejores conocimientos sobre la Región Centroamericana, como una dimensión clave para la elaboración de reflexiones y posturas sólidas, en las cuales la voz y la experiencia migrante sea considerada con rigurosidad y sensibilidad. Como lo demostró de manera brillante el sociólogo argelino Abdelmayek Sayad en su estudio de la migración poscolonial de Argelia a Francia (Sayad, 1977), al eliminar el contexto de origen de los (in/e)migrantes, nos quedamos en una visión “parcial y etnocentrista”, “como si su existencia empezará en el momento de llegar [a Francia para los argelinos]”, viendo solo al inmigrado y no al emigrado, cuando se trata de dos facetas indisociables, de una misma moneda. De esta manera, Sayad criticaba el carácter sesgado de los estudios migratorios, de la sociología urbana o del trabajo, que se desarrollaban exclusivamente desde el punto de vista del país receptor, dominante, e ignoraban absolutamente las condiciones previas a la migración así como la experiencia de “doble ausencia” del migrante, ni de aquí, ni de allá. El argumento nos parece totalmente vigente y válido en nuestro caso, pues la falta de información precisa, compleja y aguda sobre las configuraciones sociales, políticas y territoriales que provocan la migración constituye, sin duda, el talón de Aquiles de las investigaciones sobre los sistemas de opresión que escoltan la migración centroamericana.
Lxs migrantes centroamericanxs, por ejemplo, no son una masa uniforme e indiferenciada. Su clase social, su origen étnico, sus identidades, sus prácticas de género y su historia de vida, familiar o laboral son elementos que cuentan en la evolución de sus trayectorias de movilidad y de sus proyectos migratorios, como actores proactivos, sociales y políticos. Además, el Istmo Centroamericano no es un territorio homogéneo, una región periférica lisa, sino un mosaico de paisajes productivos, de historias agrarias, de configuraciones demográficas, atravesado por asimetrías, circulaciones y sistemas de dominación internos. Es preciso salir de esta tendencia a presentar a Centroamérica (y al mal-llamado Triángulo Norte en particular) como un perímetro lejano, ajeno y peligroso, en donde a mismos problemas, mismas soluciones. Continuar con estas narrativas, sería interpretar el fenómeno desde los marcos y relatos de quienes se benefician de que se siga gestionando de la misma forma, porque contribuye a justificar políticas exteriores enmascaradas de cooperación y desarrollo por parte de EE.UU. y México (en la tríada de inversión para megaproyectos / lucha contra la delincuencia y la droga / medidas anti-pobreza y migración). Nos corresponde, urgentemente, fomentar comprensiones más diferenciadas, humanizar, historizar y contextualizar estos espacios de conflictos, injusticias y explotación. Para esto, debemos poner el cuerpo, hacer trabajo de campo, recorrer y observar el panorama desde Centroamérica.
Pero esta urgencia por conocimiento crítico, riguroso y comprometido, contrasta con cierta dificultad y opacidad para estudiar algunos fenómenos. Particularmente, destaca el creciente distanciamiento, en la mayoría de los casos, o la evidente confrontación, en otros, de gobiernos y élites políticas y estatales respecto de las instituciones académicas en la región. Este antagonismo no es casual, sino que tiene una profunda raíz histórica en el conflicto centroamericano y hoy se actualiza frente a la reconfiguración de proyectos estatales de tono neoliberal, autoritario y antidemocrático.
La coyuntura podría tentarnos a orientaciones analíticas que delineen la perspectiva de un sistema político cada vez más hermético, opaco y difícil de estudiar. Pero habría que rehuir a esa reducción y, recordando las palabras del historiador y sociólogo Philip Abrams (Abrams, 1988), tomar conciencia de que lo que buscamos estudiar y criticar no es alguna prístina realidad oculta detrás de las opacidades y hermetismos de un proyecto político, sino justamente esas opacidades y hermetismos. Pocos indicadores tan claros y transparentes se nos muestran hoy día en relación al carácter de estos reemergentes autoritarismos en la región, como la hostilidad o indiferencia hacia el conocimiento crítico y comprometido.
No obstante, hay temas o problemas que para ser investigados rigurosamente requieren cierto segmento empírico construido y codificado en clave estatal (como la estadística o la economía), justamente para incorporar perspectivas que resultan necesarias para poder analizar, interpretar, comparar y explicar críticamente la gestión y el ejercicio de gobierno. La migración, y más ampliamente la movilidad humana, es uno de estos temas. Si bien, la falta de connivencia estatal para proporcionar información o, más grave aún, el explícito rechazo de personas investigadoras del territorio son, en sí, mismos indicadores sobre cierto modelo regional autoritario y nacionalista en la gestión migratoria, no resultan suficientes.
Los casos son, tristemente, cada vez más frecuentes, y muestran la violencia y la censura no sólo al sector académico, sino a otros sectores centrales en la producción de conocimiento crítico sobre las problemáticas que afectan la región, como organismos internacionales y organizaciones sociales.
Una posible estrategia común o articulada de investigación sobre migración en y desde la región, debería incluir tanto el estudio de esas formas y prácticas de opacidad y rechazo, como una denuncia y demanda en relación a la ausencia o privación de información o de condiciones para generar investigación social rigurosa y comprometida con las necesidades y problemas de los sectores más afectados. Investigar en Centroamérica, y probablemente en muchos otros lugares, implica no sólo construir conocimiento, sino también generar y defender las condiciones para hacerlo de forma integral y segura.
Referencias
Abrams, Phillip. (1988). Notas sobre la dificultad de estudiar el estado. Journal of Historical Sociology 1(1):58–89.
Sayad, Abdelmalek. (1977). Les trois «âges» de l’émigration algérienne en France. Actes de la recherche en sciences sociales 15, núm. 1, pp. 59-79.
Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM