El Movimiento de Liberación Homosexual en México. Parte II: Del éxito a la crisis

Publicado el 26 de junio en Movimientos e instituciones

El momento cumbre del Movimiento de Liberación Homosexual (MHL), surgido en los años setenta, se traduce en los ochentas en las alianzas con los movimientos de la época. Estas alianzas daban cuenta del reconocimiento adquirido por el MLH.

Dadas las extorsiones y abusos de autoridad que padecían los homosexuales, las agrupaciones se aliaron al Frente Nacional Contra la Represión (FNCR) promovido por Rosario Ibarra de Piedra, el cual demandaba respuestas a los crímenes de Estado, y al Frente Nacional de Lucha por la Liberación y los Derechos de las Mujeres (FNALIDM) promovido por el movimiento feminista. También se articularon con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y el Partido Comunista Mexicano lo que modificó sus discursos e incorporó la no exclusión por preferencias sexuales (Mogrovejo 2000).

En 1982, año electoral, el MLH concretó un acuerdo con el PRT para impulsar tres candidatos homosexuales y sus respectivas suplencias. Además, se formó el Comité Lésbico-Homosexual de Apoyo a la Candidatura de Rosario Ibarra (CLHARI). La participación por vía del partido político tuvo un sentido estratégico para el movimiento. Le permitiría promover sus objetivos, activar el movimiento y generar alianzas con activistas de otras latitudes. El MLH logró la visibilización de la problemática que vivían los homosexuales y que los activistas se alinearan con las causas sociales del momento.

Aunque la intención primaria del movimiento se enfocaba a un cambio en la sociedad, las organizaciones homosexuales y lésbicas lograron la aceptación de sus demandas por otros movimientos y generar conciencia en ellos. A fines de 1978 sale a la luz el primer grupo abiertamente homosexual. Para inicios de 1982 los activistas homosexuales figuraban en las boletas electorales.

La crisis del MLH

El MLH comenzó a padecer los efectos de los éxitos inmediatos, mismos que se tradujeron en disputas por el liderazgo y conflictos mientras que, en combinación con la cultura política de izquierda –de la que era parte–, resultaron dañinas para el movimiento.

Ante la visibilización de una problemática, su inclusión en los movimientos de izquierda y la emergencia de poblaciones cautivas se suscitó una sobredimensión del líder. Esta se caracterizó por la competencia basada en la arrogancia y la experiencia de participación en los movimientos sociales y en la adopción de un discurso de izquierda y la crítica ideológica. La figura del líder ‘mesiánico’ ofrecía no sólo una competencia en el plano de las decisiones ideológicas y políticas del movimiento, sino también en el de las interacciones con los adherentes. Así los desacuerdos políticos se combinaron con las enemistades personales.

La figura del líder mesiánico distanció a los activistas, cercenó los acuerdos y anuló la posibilidad de actividades conjuntas. A la postre generó el distanciamiento con los potenciales adherentes, quienes no encontraron apertura con las agrupaciones para incluir sus expresiones, deseos, ideas e intereses. Aunado a ello, al interior del movimiento ocurrieron conflictos por la falta de entendimiento sobre las identidades sexuales que se estaban definiendo. Predominó la identidad homosexual masculina desplazando a las identidades lésbico, bisexual y transgénero.

El MLH adquirió un carácter organizativo asambleísta que resultaba inoperante ante la necesidad de pronta respuesta a las extorsiones, los encarcelamientos, las exclusiones y los crímenes de odio. Por otro lado, el movimiento fue presa interna de la calificación de las acciones y discursos basados en una categorización polar entre moderados y radicales, que abonaba al distanciamiento y conflicto entre activistas.

Mesianismo, asambleísmo e ideologización no fueron exclusivos del movimiento homosexual. Estos formaron parte de las debilidades de los movimientos de la época. El movimiento homosexual los heredó y le fue difícil sobrellavarlos. Paradójicamente, aquello que en su momento dio vitalidad al movimiento, su proximidad con las ideas y repertorios de los movimientos de la izquierda, representó un obstáculo para su continuidad. A estos elementos habría que agregar la falta de entendimiento y aceptación de otras expresiones sexo-genéricas menos visibilizadas y el dominio de una homosexualidad masculinizada.

Estas consecuencias no esperadas condujeron al rompimiento, desfase y a la necesidad de replanteamientos. Las agrupaciones más fuertes, el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) y Lambda, se disolverían en 1982 y 1984, respectivamente. El FHAR tras su disolución dejó un manifiesto titulado Eutanasia al movimiento lilo, en donde denunciaba la crisis debida a las disputas irreconciliables entre sus líderes, a la falta de opciones para el gueto homosexual, la carencia de acuerdos, entre otras.

Las nuevas agrupaciones homosexuales que surgieron a partir de entonces se plantearon nuevas alternativas organizativas, identitarias, de interacción con el gobierno y promoción de la identidad homosexual (Martínez 2015). Sin embargo, en esos mismo años se hace del conocimiento público la enfermedad del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), generando nuevos retos a los activistas del movimiento.

El VIH y sus consecuencias para el MLH

Después de los hallazgos realizados en los Estados Unidos acerca de las forma de transmisión y las consecuencias de la enfermedad, las instituciones de salud mexicanas lanzaron una modesta campaña informativa y de prevención. Sin embargo, el escaso conocimiento sobre los orígenes, el tratamiento y la visibilización de las personas infectadas, principalmente homosexuales, llevaron a que los grupos conservadores orquestaran una contracampaña moralista según la cual la enfermedad era ‘un castigo divino a la perversión’.

Los manifiestos de la jerarquía católica y las agrupaciones conservadoras, como la Asociación de Padres de Familia, no se hicieron esperar. Estos estuvieron acompañados por declaraciones de médicos y algunas autoridades de salud que demostraban su falta de profesionalismo y su valoración moral de la situación. Aunado a ello, desde la aparición de la enfermedad hasta entrada la década de los años noventa, en las columnas de diarios sensacionalistas y conservadores –Alarma, Alerta, Ovaciones, entre otros— se podía leer: ‘Los mujercitos esparcen la peste’, ‘La plaga bíblica sobre los afeminados’, ‘Dios sacude Sodoma’ (Monsiváis 1987).

Ante la estigmatización y urgencia de atención a los enfermos –a quienes la enfermedad arrancaba la vida en cuestión de semanas– una de las primeras tareas que se dieron los activistas homosexuales fue la de deshomosexualizar la enfermedad, es decir, difundir que la pandemia atacaba a todos los sectores de la población. Esto tenía dos motivaciones: una de ellas, contrarrestar la estigmatización de la enfermedad ligada con la homosexualidad; la otra, promover una política universal de atención desde el Estado, debido a que así se asignarían más recursos para contrarrestar los efectos de la enfermedad. Mientras tanto, las escasas agrupaciones del MLH rápidamente se organizaron para ofrecer atención a los enfermos, priorizando lo urgente: la emergencia de la enfermedad y sus consecuencias, anteponiendo los agravios cometidos contra los homosexuales y la promoción de una idea de liberación homosexual.

La decisión estratégica de deshomosexualizar la enfermedad pondría el último clavo al ataúd del MLH dando paso al surgimiento del movimiento de atención al VIH. Aunado a la crisis del MLH, que sus activistas tuvieran que dedicarse por necesidad y solidaridad a la atención de la pandemia conllevó un distanciamiento de las demandas de liberación homosexual. La fórmula era reveladora: ‘deshomosexualizar’ la enfermedad más ‘sidificar’ a las organizaciones, igual a ‘deshomosexualizar’ a las agrupaciones y reducir el discurso de liberación homosexual. De este modo, se pasó de la denuncia y la demanda ante la exclusión social, a la asistencia de los enfermos, la promoción de información, la educación en prevención del VIH y la demanda de mayores recursos por parte del Estado. En este sentido, el MLH desapareció y dio origen al movimiento de atención al VIH, marcando así la trayectoria del movimiento de diversidad sexual (Martínez 2015).

Los principales logros del movimiento homosexual se verían opacados: la estigmatización implicaba que el tema de la homosexualidad volviera al ámbito de lo oculto y privado. El cambio en el marco de sentido al que tuvieron que hacer referencia los actores y organizaciones hacía de la profecía realidad: “eutanasia al movimiento.” Un grupo reservado de activistas mantuvo al movimiento en hibernación realizando trabajo de base con las nuevas generaciones, mismas que encontrarían nuevas oportunidades de emergencia de un movimiento social que tuviera como propósito cambios en el sistema de cosas para entender las expresiones de la sexualidad, el deseo y la identidad diferente a la heterosexual.

Bibliografía

Martínez, C. 2015. La institucionalización del movimiento lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, y travestí en la Ciudad de México (1979-2014). Tesis doctoral. México: FLACSO-México.

Mogrovejo, N. 2000. Un amor que se atrevió a decir su nombre: la lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina. México: Plaza y Valdés.

Monsiváis, C. 1987. “Las plagas y el amarillismo. Notas sobre el SIDA en México” en Francisco Galván. El Sida en México: los efectos sociales. México: UAM.

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