Publicado el 30 de julio en El Deber
Recibí un correo terrorífico. Google me escribió a mi dirección electrónica una amable carta con el título Tu resumen de junio. Me notifica la empresa internacional: “La cronología de Google Maps registra los sitios donde has estado.
Echa un vistazo al mes pasado y recuerda los viajes recientes y los sitios que has visitado”. Con asombroso detalle, me informa que he salido una vez de Francia, que he visitado siete ciudades, diez “sitios” (restaurantes, museos, plazas), de los cuales siete son nuevos.
He caminado 94 kilómetros, corrido 19 y me he transportado 60 horas en algún vehículo. En total -no sé desde cuándo- he pasado por siete países o regiones, 38 ciudades y 205 “sitios”. Me quedé pensando en demasiadas cosas luego de recibir el mensaje.
¿Cómo tiene esa empresa aquella información? Obvio, por el celular que traigo casi siempre conmigo. Pero, ¿a quién le sirve? ¿por qué la obsesión de contar y registrar todo? ¿yo necesito esos datos? ¿me interesan? En verdad los números que me dio Google sobre mi vida no me son útiles, y más bien sé que con ellos entro a un patrón de consumidores y que me convierto en un número más que puede ser utilizado con fines comerciales o políticos en una lógica de mercado.
De hecho, también sé que cada compra que hago, página web en la que me detengo o contenido que publico, le permite a alguien dibujar mejor mi perfil.
Ya se ha dicho que estamos cerca del sistema de control que imaginó George Orwell en 1984 empujando al límite el autoritarismo en la vida diaria; la figura del big brother que mira y vigila todo y que conoce cada movimiento de todos los ciudadanos, está cada vez más cerca. Me pregunto dónde queda la intimidad, cuándo Google nos dirá cuántas veces vamos al baño, cuál nuestro comportamiento sexual, cuá- les nuestros deseos y fantasías. ¿Qué queda de lo privado, cómo se redefine el sentido de lo público? También me asusta autorizar a un tercero que sea el responsable de la administración de nuestra memoria.
Hace algún tiempo que cada vez que entro a mi cuenta de Facebook me ofrece “volver a tus recuerdos” y reproduce una página de algo pasado. Sin preguntarme, ese programa elige lo que considera pertinente para mí.
Se me priva de mi elemental derecho del olvido, de recordar lo que deseo hacerlo, y construir un relato inventado sobre mi propio pasado.
En fin, recuerdo que, un tiempo atrás un empresario mexicano fue secuestrado, y lo primero que hicieron sus captores fue quitarle con un filoso cuchillo el chip que tenía incrustado detrás de la oreja para que no lo pudieran rastrear. Paradojas de nuestros tiempos, ¿cómo nos deshacemos del geolocalizador cuando nos hemos hecho dependientes de todos los demás servicios de la red? ¿cómo volvemos a ser más libres, menos controlados? Por lo pronto, Google me recuerda: “Te quedan 329.464 km para llegar a la Luna”. Estoy pensando si esa es la dirección que quiero seguir. Lo dudo.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM