Publicado el 24 de septiembre en “El Deber”
El gobierno no deja de sorprenderme. Las últimas dos semanas aparecieron dos encuestas: la encargada y divulgada por cuatro canales de televisión, y la de Agencia de Noticias Fides, Erbol y Televisión Universitaria.
En la primera Evo tiene 43.2% de preferencias y Mesa 21.3, en la segunda 31.1% vs. 24.9% respectivamente. Hasta aquí, todo normal, la diferencia no espanta. Una de las características de la democracia actual en todos lados es manipular los datos -incluso aunque técnicamente sean serios- de manera que la balanza se incline en una dirección, por eso el descrédito de todos los sondeos.
Pero lo que es menos común es que un órgano electoral, sometido a los gobernantes, censure la encuesta que no le conviene al partido oficial.
El MAS ha acudido al esquema de siempre: utilizar el poder del gobierno para aplanar todo lo que le cause ruido. Así, si una encuesta no le favorece, simplemente fabrica otra al lado y da línea en todos sus medios para que esa sea la que marque el debate público. Y ahí tienes a los apresurados comentaristas jugando a interpretar los datos oficiales como si fueran ciertos. Es el juego de la política. Recuerdo que en las elecciones del 2002, Goni iba ganando en las encuestas, frente a Evo y Manfred Reyes.
En uno de los últimos sondeos previos al día de la votación, la Red Uno -que hoy forma parte del grupo que encargó la encuesta que beneficia a Evo- intentó manipular los resultados dándole más votos a Manfred; los propietarios del medio tenían relaciones directas e intereses compartidos con el candidato.
Hubo una denuncia pública que incluso llegó a la Asociación de Periodistas, pero ahí quedó. Curiosidades de la historia, parece que ahora es Evo el que recibe los favores mediáticos; ocupa el lugar de Manfred. En otro orden, aunque paralelo, me pregunto cuánto cuesta el voto para Evo.
Imagino que no se puede cuantificar con precisión (jamás se tendrá acceso transparente a esos datos) y habrá que esperar los resultados finales, pero si hiciéramos sumas, restas y divisiones, tal vez se podría tener una aproximación del gasto el Estado boliviano en publicidad de los candidatos masistas – con el dinero de todos, que supuestamente no está destinado a propaganda electoral-.
No tengo dudas de que el resultado sería sorprendente, sería el voto más caro de estas elecciones. Mantenerse en el poder cuesta, cuesta caro, y es dinero de la gente. Cuando Evo, en las elecciones de 2002 tuvo más del 20% de la votación, fue un voto sincero, militante, con los medios en contra, con los empresarios condenándolo, con el mundo político asediándolo.
Hoy Evo con el estado a su favor utilizado como si fuera su propiedad, con 13 años de gestión, con una red de medios que amplifican la voz oficial, con el aparato electoral y judicial que lo patrocina a la mala, no llega a los resultados que tuvo en las elecciones del 2005 o del 2014. El país quiso a Evo y lo demostró con contundencia en las urnas. Hoy Bolivia mayoritariamente no lo quiere.
Las encuestas tendenciosas que el gobierno presume como victoria respecto de Mesa, en realidad son una derrota frente al país, frente a él mismo y su pasado.
Tengo nostalgia por aquel Evo que hacía campaña a pie y no en helicóptero; por aquellas campañas con militantes y sindicalistas, no con funcionarios que obligados tienen que dar parte de su salario y su tiempo para el partido; por el Evo al que no le amarraban los guatos. Hoy, Evo es el eco opaco y deslucido del grito que fue (Sabines).
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM