Publicado el 16 de junio en Página Siete
La semana pasada en la ALP fuimos testigos de un denigrante episodio que quedará para la historia. Un diputado y un senador se agarraron a golpes. Sí, difícil de creerlo. Los hechos son conocidos: en el marco de la interpelación al ministro de Gobierno, Eduardo Del Castillo, tras un jaloneo en el centro del hemiciclo, el diputado David Choque del MAS pasó a la violencia física pateando al senador de Creemos Henry Montero, quien respondió con certeros golpes tumbando al agresor.
Lo que podría pasar como un jocoso episodio de cantina, sucedió en el lugar donde, se supone, debe ser el espacio de discusión, argumento, deliberación, encuentro y resolución de problemas nacionales. Pero lo peor es que no se trata sólo de un brote de violencia propio de los partidos, sino, a mi entender, es la muestra de la decadencia de la política, y sobre todo de sus presentantes.
Decadente el Ministro, que cuando es llamado a explicar el por qué de una detención a todas luces arbitraria, en vez de llevar razones, carga en su maletín insultos y descalificaciones. Y peor, moviliza el espectáculo utilizando las víctimas a su favor, convirtiéndolas nuevamente en víctimas, utilizándolas como fichas con fines estrictamente políticos.
Decadente el diputado Choque, tanto porque fue el primero en empezar la agresión, cuanto por su argumentación posterior. Acudiendo al victimismo que ya usó en repetidas veces su jefazo, justifica sus golpes con un argumento étnico y machista: es un justiciero que utiliza sus puños para defender a una mujer de origen popular. Su posición étnica, que no tiene nada que ver en un conflicto de machos, fue usada para ocultar su inaceptable procedimiento. Nada nuevo.
Decadentes las reacciones posteriores, desde el patético titular en primera plana de un matutino que sólo atinó a decir: “La defensa de Añez causa un bochorno en la asamblea”, ocultando lo que realmente sucedió (era de esperar de un medio para-estatal), hasta intelectuales que justifican la violencia de uno u otro lado. Algunos vieron con morbo gozoso los golpes y dijeron: “se lo buscó”, en alusión a que Choque salió perdedor de la confrontación, cual si estuvieran frente a un cuadrilátero esperando que el árbitro levante la mano de un vencedor. No: todos perdimos la tarde de ese martes.
Decadente el senador Montero, que, por un lado, sin ningún tino político cayó en el juego del masismo, y, por otro lado, demostró que es incapaz de controlar sus impulsos. Era la oportunidad de enseñar templanza e inteligencia, y sólo dejó ver que es ágil con los puñetes. Montero debe caer en cuenta que no está en un bar y que es un representante nacional.
Decadente el presidente Arce que está conduciendo al país hacia el lugar de la confrontación sin salida donde reina la violencia y el odio al otro, y no hay ganadores. Cuánta falta nos harían los líderes socialistas de los 70 a quienes le gusta recordar en el discurso pero ocultar bajo la alfombra en los hechos. Cuando la nación exige una conducción sabia, progresista, visionaria, estratégica, conciliadora y justa, tenemos una autoridad que se monta en el discurso forzado del golpe de Estado inexistente -aunque sin duda es un relato eficiente-, que utiliza la justicia a conveniencia, y que a duras penas enfrenta la pandemia.
Decía que la refriega de hace unos días es una pequeña muestra de una clase política que, en sus distintas expresiones, es mediocre y no está a la altura de los difíciles desafíos de este tiempo. Todo indica que, si Bolivia sale del precipicio al que nos condujeron propios y ajenos hace varios años, no será por sus gobernantes. Los ciudadanos estamos solos, el destino está en manos de la sociedad civil que ojalá pueda en verdad “salir adelante” a pesar de la podredumbre del mundo político.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM