Hasta principios de 2023, luego de tres años de pandemia, persisten consecuencias de este alto en el camino. De muchas maneras, quienes sobrevivimos hasta ahora al contagio, nos hemos adaptado más que trayendo una esperanza, una posibilidad de cualquier mejor futuro al presente, compartiendo inteligencia e imaginación con los “dejados atrás” porque sin importar demasiado, a muchos queda algo pendiente: el suspenso más o menos compartido por los que perecieron y de los que aun sobreviven siendo “dejados atrás” y que a todos nos puede conmover pero que sin duda, nos afecta.
Si ya han cambiado esos sentimientos provocados no solo entre los que pudieron confinarse, de temor a la cercanía de la muerte, de ansiedad descontrolada por resumirlo de alguna manera, la soledad forzosa de los primeros meses y años hasta que las vacunas empezaron a mitigar los efectos devastadores de la pandemia, nos enfrenta con un desfase vital, que sigue forzándonos a ajustes imprevisibles en nuestros mundos prácticos y simbólicos.
Y si aún hasta hoy, subsiste la sensación algo falta o de que se encuentra pendiente, la incertidumbre parece normalizarse con experiencias de ajustes constantes. Sí, algo cambio. Muchas cosas se están ajustando en la vida colectiva y personal. Por esto, al preguntar ¿qué nos pasa ahorita?, muchas veces se responde: “no sé, algo”; “yo ignoro por qué… la pandemia”. Sin cantidades precisas, símiles que se han hecho para significar la pandemia, sugieren muy distintos sentidos y significados de las experiencias vividas por grupos y sectores de población.
Una geografía de la pandemia pudiera sugerir que entre los dejados atrás, se encuentran los más vulnerables. Entre éstos, se saben incluidos grupos y sectores informales de población que impactan a los conjuntos de población en ciudades, regiones, países o bien, en localidades demarcaciones urbanas más precisas, señalando por ejemplo, a quienes siguen sin empleos o sin ingresos regulares, los adultos mayores, los afectados por las secuelas del Covid -19, o los que resintieron la pandemia de otras maneras que transformaron sus actividades y desempeños.
También se pueden encontrar discapacitados; los niños y jóvenes; las mujeres, los grupos familiares. Puede verse que los dejados atrás por la pandemia en nuestro país, no sólo comprenden a la mitad de la población, es decir, alrededor de 65 millones del total que suman las categorías anteriores (de los 130,262,220 personas registradas en 2022), personas afectadas, lesionadas, desamparadas, que han sido más afectadas y que todavía señalan la experiencia conjunta de estos días porque seguimos junto con ellos.
Así, en las realidades impuestas por la pandemia en México, los dejados atrás afectan directa e indirectamente a sus grandes mayorías. Ante las consecuencias devastadoras de la pandemia, se quisiera notar prevalecer un sentir esperanzador del común. Al parecer, más bien, subsiste una emocionalidad práctica que deja atrás lo que no es perentorio, necesario, urgente. Entonces, abrimos el año nuevo 2023, con un ánimo quizá fortalecido de seguir adelante, en medio de todo, de muy distintas maneras, que contrasta lo vivido con lo esperado; pero, también, revela injusticias anteriores ahora agravadas con mayor opresión y exclusión.
Si los dejados atrás, es decir, casi todos los afectados por la pandemia hacemos un esfuerzo de ocuparnos por estar al día, por dejar en el pasado las pérdidas y carencias -que nos suman entre y junto con los más necesitados-, el panorama hoy, a inicios del año, sigue demostrando que las consecuencias de la emergencia sanitaria y de las realidades impuestas por la pandemia, ya no son un “riesgo” sino una realidad abrumadora porque los hechos nos dejan atrás de muchas maneras y porque esto significa algo adicional, otras maneras de asumir la vida, esfuerzos.
Entre los anhelos perdidos, es posible que emerjan otros significados de seguir vivos, a medida que también cobre otro sentido el (re)encuentro con los seres queridos y con los demás. De cierta manera, es natural revalorar la vida en común, los diversos sentidos de la otredad y de lo social, porque surge evidentemente desde las incontables historias que se comparten hasta ahora por causa de la pandemia que, si bien pueden resultar pasajeras, el futuro nos dirá si cristalizan como aprendizajes y ventajas de seguir haciendo propias las responsabilidades compartidas con los demás.
Quizá ahora más que antes, observamos otras dimensiones que articulan nuestra cotidianidad. Dado que el día a día, conocido, quedó atrás, las transformaciones en la convivencia son notablemente numerosas. Los acuerdos surgidos de otras dinámicas de la vida diaria, como de la relación con el mundo, sin duda alteran la reproducción de los procesos de socialización. Aunque aún no sabemos en qué medida han reemplazado lo anterior ni qué seguirá vigente, cabe considerar que se trata de transformaciones que no puede dejar de materializarse en el mundo del presente que habitamos.
Como durante esta coyuntura, sólo lo vivido en el mundo relacional nos puede pertenecer, puede ser más o menos evidente que con la pandemia cobren otros sentidos los contextos de acceso e interconexión, hasta hacer evidentes incontables procesos de socialización que adquieren otra vigencia. En este sentido, algo que se puede destacar en lo más íntimo es que los dejados atrás, no sólo adelantan desde el futuro lo que será un presente fugaz, vuelto pasado rápidamente y que hace novedosa esta otra proximidad de lo cotidiano. Cambios en las posiciones, alteraciones de las proximidades más cercanas suceden sin menoscabo de la complejidad de lo social que al hacer presente lo mundial de la pandemia, nos aproximarnos cada vez más a lo inmediato.
Debido a esta condensación del espacio tiempo, vigente antes de la pandemia -ya bastante explicada por diversos y reconocidos autores-, es posible que los dejados atrás pongan en juego una fuerza histórica monumental para, primero, subsistir; luego, actualizar lo vivido y ponerse al día, para lograr, simultáneamente, decidir anticipadamente trazar mejores futuros. Tema que destacan las experiencias más disimiles pero, finalmente, convergentes de la pandemia.
Este modo peculiar de hacer del presente, temporalidad condensadora de diversas actualizaciones sociales, posiblemente desafíe formulaciones del Estado, en tanto que se manifestaron deficiencias de los servicios públicos y de la cobertura de la protección social, porque murieron demasiados por falta de atención, al igual que las condiciones asimétricas de las cadenas de mando bajo su gestión evidenciadas por la urgencia de sistemas de protección social universal.
De acuerdo con lo anterior, entre las consecuencias de esta aceleración del presente, puede ser evidente que con el más rápido transcurso de la historia que construimos a diario, los dejados atrás -agrupados involuntaria y accidentalmente por la pandemia-, pueden evidenciar mejor otros futuros del porvenir que reiteren aprendizajes previos como los de dar lugar entre otras socializaciones a las basadas en la equidad con intenciones libertarias, a privilegiar lo múltiple, al respecto de las diferencias, a la innovación, a la creatividad-, que al mismo tiempo, anticipen mejoras sociales compartidas por el bien común.
Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM