En esta nota realizamos una serie de comentarios al libro reciente de Marcela Meneses Reyes: ¡Cuotas No! El movimiento estudiantil de 1999-2000 en la UNAM. El trabajo fue editado en 2019 por el Programa Universitario de Estudios sobre la Educación Superior de la UNAM1.
Los libros a veces comienzan por sus epígrafes y el trabajo de Marcela Meneses Reyes sobre la huelga estudiantil de 1999-2000, la más extensa en la historia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), no es la excepción. La necesidad de caminar hacia atrás para escapar al olvido que exalta el poeta maya-guatemalteco Humberto Ak’abal en el comienzo del estudio manifiesta muy bien sus intenciones. Aunque el objetivo de Meneses no sólo es recordar un movimiento del que fue protagonista en sus tiempos de estudiante, sino entender las razones y las lógicas políticas de un conflicto que convulsionó por casi diez meses a la UNAM y al país entero. Desde abril de 1999 cuando el Consejo General de Huelga (CGH) tomó las instalaciones de la universidad en protesta por el aumento de las cuotas de inscripción; hasta febrero del año siguiente con la violación de la autonomía universitaria por la Policía Federal Preventiva y el encarcelamiento de cientos de manifestantes. La hoy académica del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM elige eludir la versión testimonial y desde herramientas teóricas provenientes del marxismo y la sociología histórica, donde destacan autores como Adolfo Gilly, Edward Thompson, Ranajit Guha y Barrington Moore, brinda un análisis profundo de la huelga y de los diversos actores involucrados. De esta manera, escapa a las miradas condenatorias de un movimiento que aún sigue generando incomodidades, como lo atestigua su exclusión de los eventos conmemorativos por los 100 años de la UNAM que organizó la rectoría en 2010.
El libro de Meneses va a contracorriente de la tendencia dominante en las investigaciones sobre el activismo estudiantil en México. Este campo de estudio en su mayoría está enfocado en el movimiento de protesta de 1968. Indagaciones recientes (Cejudo y Santiago, 2018; Jiménez, 2018) señalan que esto no hizo más que edificar una “versión petrificada” del ´68 y limitar el impulso de nuevos estudios sobre experiencias estudiantiles anteriores y posteriores a esa etapa de la historia reciente mexicana. Sintomático de esta cuestión son los escasos eventos o ediciones que se dedicó a la huelga del ‘99 al cumplirse su vigésimo aniversario en 2019, en comparación a la cantidad innumerable que suscitó el cincuentenario del ‘68 un año antes. En este marco, la virtud del trabajo es que logra analizar la experiencia del CGH en una visión histórica de larga data, lo que ubica al movimiento como un hito de fin de siglo signado por rupturas y continuidades con los ciclos de protesta estudiantil precedentes.
Para la investigadora de la UNAM, la consigna ¡Cuotas no! es el corazón del movimiento estudiantil de 1999-2000 y eso lo introduce en la lucha por la defensa al derecho a la educación pública y gratuita que había consagrado en su artículo tres la constitución de 1917. Pero sobre todo, lo hace heredero inmediato del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), una experiencia que irrumpió en la segunda mitad de los ‘80 y formó parte del movimiento democrático que encabezó Cuauhtémoc Cárdenas ante las elecciones presidenciales de 1988, con la finalidad de aglutinar a la izquierda mexicana y horadar la histórica hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI). El CEU protagonizó las luchas por la gratuidad de los estudios superiores en 1986-1987 y en 1992, gracias a las cuales los estudiantes siguieron abonando 20 centavos de inscripción, un monto mínimo que aún simboliza la gratuidad de la UNAM. Sin embargo, aunque la huelga del ‘99 puede inscribirse en esos conflictos previos, sus anclajes organizativos y políticos viraron en un contexto de profundización de las políticas neoliberales y de la ilegitimidad del sistema político mexicano. En este punto, Meneses resalta que el faro moral y político del CGH fue el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), lo que explica en buena medida su opción por las consultas populares y la elección de la asamblea directa y horizontal como su espacio de toma de decisiones.
Lo interesante del libro es que propone una visión compleja del movimiento estudiantil de 1999-2000. Si bien resalta sus instancias de participación colectiva y su defensa de la enseñanza universitaria como un derecho, muestra cómo su itinerario de radicalización lo llevó a lógicas autoritarias y a la pérdida de sus alianzas sociales. En esta dinámica tiene en cuenta el continuo desdén de las autoridades universitarias con los estudiantes y el interés del gobierno federal por prolongar el conflicto en un año preelectoral. Pero lo principal en el análisis de Meneses es el proceso extremo de moralización que llevó al CGH a concebir la política bajo la lógica amigo-enemigo, tanto al interior como al exterior del movimiento. Esta experiencia se manifestó en la hegemonía que lograron las vertientes más intransigentes autodenominadas “megaultras”, entre las que se encontraban Contracorriente y el “Heroico Comité de Huelga” de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Estos sectores le dieron prioridad a las “acciones contundentes”, como el bloqueo de las principales avenidas de la ciudad y el uso de la violencia, y denunciaron los intentos de negociación con las autoridades como formas de traición y rendición. La primacía de estas posturas impulsó al CGH a rechazar importantes propuestas de mediación, como la ofrecida por los profesores eméritos de la UNAM; expulsar de las asambleas a los sectores “moderados” ligados a ex miembros del CEU y al Partido de la Revolución Democrática (PRD), que en ese entonces gobernaba el Distrito Federal con Cárdenas a la cabeza; e incluso provocó que las corrientes más intransigentes se distanciaran públicamente del EZLN.
Moraliza la política al extremo y te quedarás sólo. Esta consigna puede sintetizar la historia de un movimiento estudiantil que terminó aislado y con escasa legitimidad, por los ataques constantes que recibió desde el poder político y mediático, pero también por sus propias limitaciones. En este sentido, su legado es contradictorio, ya que por una parte logró mantener la gratuidad de la UNAM y ser un espacio de formación para los jóvenes que participaron en la protesta, aunque por otro lado dejó un activismo estudiantil fragmentado y desmovilizado. Por la complejidad de sus análisis y su mirada crítica, el trabajo de Meneses merece ser leído y discutido. Sus páginas vuelven alertar sobre la necesidad de profundizar los estudios sobre los movimientos estudiantiles contemporáneos en México, los cuales aún tienen mucho que hacer y decir, como lo demuestran las huelgas feministas recientes en la UNAM y en otras instituciones importantes del país.
1 Nota publicada previamente en revista Memoria, Número 275. Año 2020-3
Referencias bibliográficas
- Cejudo Ramos, D. y Santiago Jiménez, M. V. (2018). Revisitando el movimiento estudiantil de 1968. La historia contemporánea y del tiempo presente en México. México: Facultad de Filosofía y Letras- UNAM.
- Jiménez Guzmán, H. (2018). El 68 y sus rutas de interpretación. México: FCE.
Becario Posdoctoral del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM