Por Martha Judith Sánchez Gómez y Hugo Santos Gómez. Publicado el 16 de mayo de 2020 en el suplemento informativo La Jornada del Campo
California produce el 90% de los vinos de Estados Unidos en 45 de los 58 condados de ese estado. Cuenta con una superficie total de 925,000 acres de viñedos y 637,000 acres de uvas para vino (CDFA1 , 2018).
Los condados de Napa y Sonoma en la costa norte de California constituyen ejemplos de una vitivinicultura ya consolidada, es decir, con prestigio nacional e internacional tanto por la calidad de las uvas que cultivan como por los vinos que producen; en ambos casos la vitivinicultura representa la columna vertebral de sus economías regionales. De hecho, estos dos condados concentran cerca de la cuarta parte del valor de los vinos producidos en el estado. Estas zonas no sólo obtienen grandes ganancias por sus vinos sino también por el turismo asociado al vino. En 2005 el condado de Napa contó con alrededor de 4.7 millones de turistas. McLean2 (2013), señala que los turistas gastaron en la zona 265 millones de dólares en restaurantes y similares, 184 millones en vino, 38 millones en catas y 63 millones en compras al por menor. Sin duda estos condados representan un modelo global tanto en la producción, elaboración y comercialización del vino como en la actividad enoturística asociada.
Los condados de San Luis Obispo y Santa Bárbara —ubicados en la costa central californiana— son casos en los que la vitivinicultura podría considerarse como una actividad económica relativamente nueva que se desarrolla en la trayectoria de Napa y Sonoma y su vocación por la producción de vinos de alto valor. Sin embargo, tanto en San Luis Obispo como en Santa Bárbara, la viticultura representa una fracción de unas economías agrícolas más diversificadas, entre un tercio y una décima parte respectivamente, en tanto que en Napa y Sonoma representa prácticamente la totalidad y las dos terceras partes, respectivamente. Asimismo, difiere la importancia que la actividad enoturística tiene en las dos zonas. En el caso de los condados de San Luis Obispo y Santa Bárbara esa actividad se ha impulsado al amparo del turismo de playa y aún dista mucho del prestigio y de las ganancias logradas en el condado de Napa.
La vitivinicultura californiana en su conjunto enfrenta un escenario complejo impuesto por la pandemia y las medidas de mitigación. Sin embargo, en un vuelco inesperado de expectativas, las bebidas alcohólicas están presentando un alza importante en las ventas en plena contingencia. El vino ha incrementado sus ventas en un 14% con respecto al mismo periodo del año pasado. Bien podría decirse que la producción vitivinícola continúa hasta ahora como si no hubiera emergencia sanitaria. Esto no significa que las labores del campo se realicen en forma distinta a las condiciones de precariedad tradicionales, por el contrario, sus trabajadores enfrentan nuevos retos.
El vino ha incrementado sus ventas en un 14% con respecto al mismo periodo del 2019. Podría decirse que la producción vitivinícola continúa como si no hubiera emergencia sanitaria. Esto no significa que las labores del campo se realicen en forma distinta a las condiciones de precariedad tradicionales, por el contrario, sus trabajadores enfrentan nuevos retos.
En ambas zonas, la mano de obra que se encarga de las labores del campo está constituida principalmente por trabajadores documentados e indocumentados de origen mexicano. Es posible aventurar que el número de trabajadores agrícolas (temporales y fijos) en los cuatro condados podría oscilar entre las 17 mil jornaleros en las temporadas de podas y alrededor de 53 mil durante las vendimias.
Para los jornaleros, las condiciones de vida, trabajo y asentamiento presentan contrastes notables en los cuatro condados. En Santa Bárbara y San Luis Obispo el auge de la viticultura se vio favorecido por la presencia de trabajadores mexicanos asentados para quienes el trabajo en los viñedos es una alternativa adicional a una oferta más diversificada de empleo agrícola, generada por los lucrativos cultivos de vegetales y frutas que tienen lugar en los ricos y fértiles valles costeros y que, en no pocos casos, abren la posibilidad de trabajar gran parte del año.
Por su parte, los condados de Napa y Sonoma presentan una cuadro contrastante en la configuración del empleo rural. La expansión de los viñedos creció a la par del prestigio que rápidamente fueron ganando los vinos de la zona. A más viñedos, mayor necesidad de mano de obra. Cientos de trabajadores migrantes arribaron a la zona y paulatinamente fueron arribando también sus familias. Sin embargo, los trabajadores que lograron establecerse en las ciudades más emblemáticas del condado (Napa o Santa Helena), se han visto progresivamente desplazados por el alto costo de la vivienda y su creciente escasez.
A pesar de los esfuerzos que algunas organizaciones realizaron en la promoción de viviendas de bajo costo para trabajadores y sus familias, éstas son insuficientes, al igual que los campamentos de vivienda para los trabajadores (tres en existencia), cuya capacidad es limitada y está pensada para alojar a los jornaleros varones únicamente en los periodos de mayor demanda de empleo. A pesar de las diferencias en las dos zonas comentadas, los trabajadores que hacen posible la agricultura han sido clasificados como esenciales y tienen en común el vivir y trabajar en condiciones de gran vulnerabilidad y prácticamente sin posibilidades para ajustarse a las medidas de seguridad sanitaria que la pandemia requiere.
Referencias
1. California Department of Food and Agriculture.
2. McLean. 2013. Wine, Meaning, and Place: Terroir-Tourism, Concealed Workers and Contested Space in the Napa Valley. Tesis de doctorado. California: Universidad de California-Santa Bárbara.
Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM