Por María Luisa Rodríguez-Sala e Ignacio de Jesús Gómezgil
La humanidad, las sociedades y los individuos tendemos al olvido de la parte cruenta y dura de la historia. Caemos en esa situación en un intento psico-social de dejar atrás lo que nos afecta y duele. La pandemia actual no es inédita, muy similares acontecimientos los hemos sufrido y superado con grandes costos sociales e individuales y si bien, aparentemente se alojan en el sector del olvido, algo se conserva colectiva e individualmente. Sin embargo, a las sociedades les toma un largo tiempo acatar, individual y colectivamente las medidas indispensables para enfrentar y superar esas crisis totales.
El presente aporte cubre dos finalidades a través de también, dos documentos. Este primero busca resaltar el hecho de que la situación actual ha sido recurrente mundial y localmente. Su abordaje es histórico-social. El segundo es el resultado de un trabajo de investigación sobre la epidemia de “las fiebres misteriosas” que en 1813 asolaron a los habitantes de la ciudad de México. Se puede consultar también en este compendio.
Durante largos periodos de la humanidad se permaneció en la ignorancia de sus causas y sus apariciones se vincularon con aspectos religiosos y de prejuiciosos sociales. Durante la Edad Media se atribuyeron las plagas a los pecados y/o a las acciones sospechosa de individuos o grupos heterodoxos. Se consideraron como una respuesta agresiva por parte de gente poco instruida y propensa a prejuicios. En nuestro país, esta manifestación, desgraciadamente se ha visto repetida actualmente en los infames y criminales ataques contra personal médico y lo que es peor, las autoridades los han dejado pasar sin aplicar severos castigos ante actos tan ruines. Pero, sin que sea en su descargo, esta gente agresiva, ignorante y sin sentido de solidaridad y civismo, ha sido víctima de un sistema que nunca los tuvo en cuenta, y que los abandonó. Aunado a esto se suma otra terrible plaga, la de la subcultura del “narco” y el enaltecimiento de sus “antivalores”, como modelos a seguir, los cuales se han propagados por series televisivas y música. Esta contribución masiva ha impedido el mantenimiento y refuerzo del sentido de unidad y empatía sociales tan necesarias en estos tiempos. No sería remoto pensar que estos grupos se conviertan en los próximos “nosferatus”, (nous y feros) “portadores de la enfermedad”.
Fue solo hasta la aparición de la modernidad científica iniciada con la Ilustración (finales del siglo XVIII) cuando se introdujeron en las sociedades los avances vinculados con sus causas, su prevención y tratamiento, éstos últimos no se diferenciaron, en aspectos generales con lo que actualmente está en funcionamiento.
Epidemias y Pandemias en el Mundo.
Los libros sagrados de la cultura judeo-cristiana (La Torá y La Biblia con sus escritos sobre el Éxodo, Jeremías, Isaías, Libros de los Reyes, Nuevo Testamento y Apocalipsis) son, sin duda, la fuente más certera en donde se conserva la existencia de esos acontecimientos. Ellos explican que los pueblos primitivos, ya asentados en comunidades, estuvieron sujetos a la cólera divina que se manifestaba como castigo a la desobediencia de las normas que las divinidades imponían, enviándoles el azote de las plagas recurrentes. La terminología manejada da cuenta de que la realidad de esas epidemias se enmascaró por el uso del término “peste” y que éste, desde la Edad Media en la mayoría de los casos ha estado referido a la variedad de la peste bubónica, aunque también estuvieron presentes otras epidemias con gran periodicidad: las eruptivas (sarampión, viruela y rubeola principalmente).
Una de las epidemias más antiguas de las que se tiene conocimiento fue la que atacó a la civilización hitita en el interior de Anatolia, 300 años antes de nuestra era (1321 a 1295) y que asoló, durante más de dos décadas a los habitantes de ciudades y campos sin diferenciar capas sociales. La peste del siglo VI A.C., atacó al ejército asirio de (Senacherib) durante la campaña contra Judá. El mundo griego, dado su avance cultural, dejó claros y amplios testimonios de las “loimós”, como ellos las llamaban. Una de ellas presente en el canto Primero de La Ilíada y considerada como un castigo del dios Apolo. En las sociedades minoica-micénica y greco-helenísticas las epidemias constituían fenómenos locales temporales, sin que tengamos noticia de una auténtica pandemia. Al fundador de la medicina, el griego Hipócrates, debemos el primer tratado científico sobre las pestes, su conocida “Epidemias”.
Su obra forma parte del “Corpus Hipocraticum” que resume los escritos del médico y de otros contemporáneos; consta de siete libros y en ellos resalta el característico método hipocrático de observación y experimentación..1 En las polis greco-romanas se presentaron verdaderas pandemias que cobraron enorme número de víctimas. Es el caso de la “Justiniana”, (muestra de peste bubónica) que acaeció durante el siglo V de nuestra era, abarcó gran parte del Imperio Romano de Oriente. A su causa la población mundial perdió entre 25 y 50 millones de personas. Fue la que marcó el inició de las que se repitieron durante le época medieval, la “Peste o Muerte negra”. Como la actual pandemia, aquella también tuvo su origen en la lejana China. Es mucho lo que se ha escrito y plasmado sobre ella, aquí solo recordamos que durante una decena del siglo XIV asoló Eurasia. Se ha calculado que afectó al 40 o 50% del mundo islámico y al 60% del cristiano, enorme cifra, ya que la población de esa gran región era de aproximadamente 80 millones.
La población autóctona del Nuevo Mundo fue un rico caldo de cultivo al carecer de anticuerpos y dar lugar a que los virus de las pestes europeas, (variólica y sarampión) se cebaran en ella. La teoría de los “virgin soils” y el concepto de “terreno virgen de inmunidad” señalan la vulnerabilidad que permitió esas auténticas pandemias. Su mortalidad, literalmente diezmaron a las culturas indígenas con el colapso total de la confederación cúlua-mexica y el Tahuantinsuyu (Estado Inca). Así, la mortalidad causada por la viruela y el sarampión pudo llegar hasta el 90 por ciento de las poblaciones, aunque por lo general afectó entre un tercio y la mitad de los pueblos.2 Se la conoce como la epidemia “hueyzahuatl” o sea, “la gran lepra” o “la gran erupción” y constituyó el factor decisivo en la toma de Tenochtitlán, al estar su población ya afectada y morir diariamente un gran número de residentes y posibles defensores. Los continuos brotes variólicos que asolaron al virreinato novohispano se empezaron a tratar hacia finales del siglo XVIII, después de la epidemia de 1779. Debemos a los médicos militares su acertado tratamiento inicial con campañas de vacunación locales a las cuales se sumó la actividad de los miembros de la Real Expedición de la Viruela (1804) que logró, no sin enormes esfuerzos, implantar los centros regionales y locales de la vacuna que descubrió el inglés Edward Jenner y trajo a la Nueva España el médico Francisco Javier Balmis. Su aplicación fue un logro conjunto de médicos peninsulares y mexicanos con el apoyo de autoridades civiles y religiosas.
Durante el primer siglo de la conquista estuvieron también presentes las epidemias de tosferina, rubéola, varicela y tétanos. Junto a ellas no debemos dejar de lado el temible tifo y la tifoidea conocidos como “matlazahuatl” entre la población indígena y que se corresponden al tabardillo o tabardete. En la Nueva España fue una epidemia que atacaba mayormente a la población adulta que a la infantil. Su presencia fue continúa a lo largo de la etapa virreinal3 y entre todas ellas la población indígena del Altiplano mexicano se redujo casi en su mitad. Las de tifo más graves, con sobre-mortalidad adulta en individuos en etapa reproductiva, se dieron en cinco años del siglo XVI, en cuatro del siguiente y en dos del XVIII; destacaron las de 1692,1735, 1762 y 1813 por haber afectado a los adultos en edad reproductiva.4 Epidemias y pandemias de enormes consecuencias mundiales fueron la del “cólera morbus” que solo se propagó en América durante los siglos XIX y XX. En México, dos son las apariciones más importantes, la de 1833 y la de 1850. En la primera las recopilaciones oficiales registraron, de septiembre a noviembre, 14 mil víctimas en la ciudad capital. Para 1850, en cuatro meses, las defunciones fueron de 9,619. El cólera ha provocado a nivel mundial siete epidemias de menor o mayor importancia y algunos de sus estudiosos5 derivaron, hace muy poco tiempo, la aparición de una octava: bajo la cual ya nos encontramos al presente. Todas ellas han pasado por el empleo de medidas preventivas más o menos estrictas, las cuales no se diferenciaron sustancialmente de las que padecemos actualmente, solo que ahora el confinamiento masivo se viene a sumar como un factor con consecuencias individuales y sociales aún impredecibles.
En todas estas epidemias y pandemias, médicos y cirujanos, auxiliados por asistentes diversos, han constituido el eje central de su proceso. A ellos debemos la parte científica y lo que socialmente es más significativo, la prevención y esa abnegada relación directa con los enfermos que emana de su profesionalidad. En México, los ejemplos del desempeño de ese personal han sido y son constantes y permanentes. Día con día, ellos y ellas, no pueden acatar la medida de “quedarse en casa”. Durante siglos, su presencia ha estado junto al contagiado y en no pocos casos, quedaron como víctimas más de las pandemias.
1 Se compiló entre los siglos IV y I c.C.: Oswaldo Salaverry García, “Las Epidemias de Hipócrates”, Sociedad Peruana de Epidemiología, isbib.unmsm.edu.pe/BVRevistas/epidemiologia/v07_n2/pdf/a08v7n2.pdf
2 Carlos Franco–Paredes, Lorena Lammoglia, José Ignacio Santos–Preciado, “Perspectiva histórica de la viruela en México: aparición, eliminación y riesgo de reaparición por bioterrorismo”, Gac. Méd. Méx,
3 Aclaramos aquí que, según Nicolás León, el término tan usado de “cocoliztli” correspondió al genérico de epidemia
4 Pedro Canales Guerrero: “Historia natural del tifo epidémico: comprender la alta incidencia y rapidez en la transmisión de la Rickettsia prowazekii” en: “Epidemias de matlazahuatl, tabardillo y tifo en Nueva España y México y “Sobremortalidades con incidencia en la población adulta del siglo XVII al XIX” en: José Gustavo González Flores (Coordinador), Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, 2017.
5 Victor Tovar y Patricia Bustamante, “Historia del cólera en el mundo y México” en “Ciencias Ergo Sum”, julio, vol. 7, núm. 2, Universidad autónoma del Estado de México, 2000.
Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM