Día de muertos
Acabamos de celebrar el “Día de Muertos” el 1 y 2 de noviembre y esa celebración vive entre nosotros.
“Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas”, escribió Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad.
Este ritualismo se expresa en un calendario lleno de fiestas y celebraciones.
Desde los lugares más apartados hasta en las grandes ciudades, la gente come. Se emborracha. Reza. Grita. Baila. Canta y celebra para aguantar mejor las penas del resto del año.
Nuestra pobreza se mide por la suntuosidad y el número de fiestas populares.
Pero, un pobre mexicano: ¿Cómo puede vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su pobreza y su miseria?
Algunos sociólogos franceses, consideran a la Fiesta como un gasto ritual.
Con el derroche se espera atraer (por contagio) la verdadera abundancia: “Dinero llama dinero”. “La vida que se riega, da más vida”.
La orgía, el gasto sexual, es también una ceremonia de regeneración genésica… “El desperdicio fortalece”.
En este sentido, la Fiesta es una de las formas económicas más antiguas con el dar y las ofrendas.
La Fiesta no es solamente un exceso. No es un desperdicio de bienes penosamente acumulados durante todo el año. También es una revuelta. Es una inmersión en lo informe, en la vida pura.
La muerte ritual resuscita el renacer.
La orgía (estéril en sí misma) implica la fecundidad de las madres y de la tierra.
La fiesta es una forma de participación.
Conocemos el delirio. La canción. El aullido. El monólogo… Pero no el diálogo.
Sentidos de la muerte
La muerte es un espejo. Es un fin. Es una confusión de actos. Hay omisiones, arrepentimeintos, tentativas, obras… Y muchas sobras
La muerte refleja la manera de vivir. La muerte ilumina nuestra vida. Si la muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida. Cuando alguien muere violentamente se dice “se la buscó”… Hay que morir como se vive.
La muerte es intransferible como la vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos. No nos pertenecía.
Como no nos pertenece la suerte que nos mata.
Para los antiguos mexicanos: la oposición entre muerte y vida no era igual que para nosotros.
La vida se prolongaba en la muerte. La muerte no era el final natural de la vida… Era una fase de un ciclo infinito.
Vida, muerte, resurrección, eran estados de un proceso cósmico que se repetía insaciablemente.
La vida no tenía una función más alta que desembocar en la muerte… Y la muerte, a su vez, no era un final en sí misma.
El sacrificio poseía un doble objeto. Por una parte, el hombre accedía al proceso creador (como pago a los dioses) y por otra, alimentaba la vida cósmica y la social que se nutrían de la primera.
La muerte no era de nadie. Del mismo modo que la vida (su vida) no les pertenecía. La muerte carecía de todo propósito personal.
Nuestros antepasados indígenas no creían que su muerte les pertenecía. Jamás pensaron que su vida fuese realmente “su vida”, en el sentido cristiano de la palabra.
Había un determinismo. Todo se unía para determinar (desde el nacimiento) la vida y la muerte de cada hombre: su clase social, el año, el lugar, el día, la hora… El azteca era muy poco responsable de sus actos… y de su muerte.
El espacio y el tiempo estaban ligados y formaban una unidad inseparable.
Nacer en un día cualquiera, era pertenecer a un tiempo, a un color y a un destino.
Religión y Destino regían su vida… Como la Moral y la Libertad presiden la nuestra.
De ahí la importancia de las prácticas adivinatorias. Los únicos libres eran los dioses. Ellos podían escoger y pecar. La conquista de México no sería explicable sin la traición de los dioses que reniegan de su pueblo.
El advenimiento del catolicismo modificó radicalmente esta situación. El sacrificio y la idea de salvación (que antes eran colectivos) se volvieron personales.
El sacrificio no entrañaba la salvación en el más allá. Implicaba la salud cósmica del mundo y no del individuo… Vivía gracias a la sangre y a la muerte de los hombres.
La muerte actual
Hoy la muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda, o se refiera a otros valores. En casi todos los casos es, simplemente, el fin inevitable de un proceso natural.
En el mundo moderno todo funciona como si la muerte no existiera. Nadie cuenta con ella. Todo la suprime: los discursos políticos, las costumbres, la alegría a bajo precio, la salud para todos.
El siglo XX sirvió a la salud. La higiene. Los anticonceptivos. Las drogas milagrosas y los alimentos sintéticos. Pero también fue el siglo de los campos de concentración.
Para los habitantes de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque les quema los labios.
Para el mexicano, la muerte carece de significado y es uno de sus juguetes favoritos… Es su amor más permanente.
La muerte se contempla cara a cara. Con impaciencia. Con desdén. O con ironía: “Si me han de matar mañana que me maten de una vez”.
El mexicano no solamente postula la intrascendencia del morir, sino la del vivir.
“La vida nos ha curado de espantos”.
Morir es natural y hasta deseable… Y cuanto más pronto mejor.
La muerte mexicana es el espejo de la vida de los mexicanos.
La muerte nos seduce.
La muerte no le quita a la vida sus vanidades y pretensiones. Es un mundo cerrado y sin salida. En donde todo es muerte… Lo único valioso es la muerte.
Adornamos nuestras casas con cráneos. Comemos panes el día de los difuntos que semejan huesos. Y nos divierten las canciones y los chistes sobre la muerte.
A la muerte la adulamos. La festejamos. La cultivamos. Nos abrazamos a ella para siempre… Pero nunca nos entregamos.
“Regresar a la muerte original será volver a la vida de antes de la vida de antes de la muerte: al limbo, a la entraña materna” (José Gorostiza, “Muerte sin Fin”).
La cueva del delfín
Por ello, la Santa Muerte es: Santa, Linda, Amada, Luz, Noche, Negra, Huesuda, Compañera, Beso final, Último suspiro… Todo eso y muchas cosas más.
¡Vientos huracanados!, si no me mandan a sepultar la 4T nos veremos por acá el próximo sábado…
Comentarios, quejas y lamentaciones: Facebook Héctor Castillo Berthier / Email berthier@unam.mx Página de Circo Volador.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
Email: berthier@unam.mx