Publicado el 15 de abril en Alainet.org
Está cada día más claro que el causante principal de esta terrible pandemia, que azota actualmente a la humanidad entera, no es otro que el sistema mundial capitalista, todavía vigente en escala planetaria.
Hoy, a más de un año de haberse declarado oficialmente que la enfermedad del COVID-19 era una verdadera pandemia, es decir, una epidemia de impacto y alcance mundiales, está cada día más claro que el causante principal de esta terrible pandemia, que azota actualmente a la humanidad entera, no es otro que el sistema mundial capitalista, todavía vigente en escala planetaria. Ya que lejos de las tramposas pseudoexplicaciones naturalistas o biologicistas, que querrían como se ha dicho con ironía, “culpar a los murciélagos”, y presentar al COVID-19 como una azarosa e infortunada mutación “natural” de un virus animal que migra, también de modo desafortunado y casual, hacia los seres humanos, se impone cada día más claramente la evidente realidad de que es más bien el capitalismo, con su profunda e ineludible lógica depredadora y destructora de la naturaleza y de la ecología, el que al arrasar implacablemente con los ecosistemas, y al destruir todos los ciclos y los equilibrios ecológicos y biológicos del mundo natural, termina por provocar estas mutaciones y migraciones de las enfermedades animales hacia la cada vez más frágil y precaria especie humana.[1]
Porque además de desencadenar esa eliminación brutal, súbita y descontrolada de las fronteras naturales y transhistóricas entre el reino animal y el reino humano, es también el capitalismo el que ha ido creando, durante varios siglos, la indefensión y la debilidad de los cuerpos humanos frente a esas nuevas e inéditas enfermedades provenientes de los animales. Y esto por varias vías simultáneas. En primer lugar, al deformar y pervertir sistemáticamente los hábitos alimenticios de las vastas mayorías de todos los pueblos del planeta, privilegiando su alimentación a partir de carbohidratos y azúcares, en lugar de los vegetales y las frutas. Azúcares y carbohidratos que si bien son fuentes de mucha energía inmediata, para hacer posible que los cuerpos soporten largas y pesadas jornadas de trabajo, y para que mantengan vivo y en aumento constante el acendrado productivismo capitalista, también son la receta segura para que al paso del tiempo y en el mediano plazo, los seres humanos terminen enfermando de obesidad e hipertensión, las que curiosamente son ahora dos de las comorbilidades más comunes, que complican y dificultan la efectividad del combate de esos cuerpos humanos en contra de la enfermedad del COVID-19.[2]
En segundo lugar, al extender y difundir entre todas las personas esa excitación morbosa y desequilibrada que es el stress moderno, el que al sobreactivar a los individuos y mantenerlos en una alerta artificial constante, permite los constantes incrementos de la productividad del trabajo, aunque siempre al precio de ir minando, otra vez en el mediano plazo, las fuerzas generales y la capacidad de resistencia global de esos organismos humanos, los que fatalmente, más tarde o más temprano, terminan somatizando ese stress y convirtiéndolo en gastritis, en úlcera y en descompensaciones orgánicas que muchas veces conducen a la diabetes, pero también y por otro camino, a los falsos e igualmente destructivos procesos del tabaquismo y hoy del vapeo, cuando no al consumo descontrolado de calmantes, antidepresivos, somníferos o antiansiolíticos, entre muchos otros, enfermedades todas estas que una vez más, son obstáculos significativos para poder enfrentar con éxito al virus del COVID-19.
Además, y con lo que parecería ser un complemento macabro de este debilitamiento, precarización y deformación negativa de los cuerpos humanos, por medio de la alimentación cotidiana y de la difusión generalizada del stress, el capitalismo destruye y paraliza también al principal instrumento oficial colectivo que podría servir de posible paliativo a estos procesos destructivos y degeneradores de la buena salud integral de los seres humanos, el sistema de la salud pública. Ya que al privatizar los servicios de salud en todas las naciones del globo, degradando a la par los servicios públicos sanitarios, el capitalismo mundial convierte a la salud en una mercancía que se compra y que se vende, y por ende, que está sometida a las leyes de la oferta y la demanda, y también a la lógica de la mayor obtención posible de la ganancia capitalista. Lo que provoca, como lo hemos visto ya tantas veces en el último año transcurrido, que también la enfermedad del COVID-19 sea vista y manejada con fines de lucro, y que en su manejo por parte de todos los Estados del planeta, aparezcan constantemente y de manera predominante, criterios de rentabilidad económica, mucho más que de genuina salud pública y de salvaguarda efectiva de la vida humana.[3]
Y puesto que el capitalismo ha transformado a los cuerpos humanos en una fuente potencialmente rentable de más y más ganancias, aunque a condición de que ellos se enfermen cada vez peor y cada vez con más frecuencia, entonces es lógico que la actual pandemia replique nuevamente y reproduzca de manera amplificada las jerarquías sociales y de clase que también se hacen presentes en este ámbito de la salud. Así, los ricos, los políticos y los poderosos, tienen todas las condiciones para establecer y respetar las medidas preventivas prescritas para enfrentar con éxito la pandemia, pudiendo quedarse tranquilamente en sus casas sin trabajar durante meses, y confinándose socialmente, al mismo tiempo en que guardan la sana distancia, y que se protegen con adecuados cubrebocas, y con buenos lentes, guantes, caretas y geles eficaces y de buena calidad, cuando se ven obligados a salir de sus confortables y bien equipadas residencias.
En cambio, y en el otro extremo de la pirámide social, para los vastos sectores subalternos es muchas veces imposible, incluso en términos materiales, respetar esas medidas sanitarias preventivas de la enfermedad, al vivir muchas veces hacinados en pequeños departamentos, o en cuartos, o en espacios minúsculos de habitación, y al estar obligados frecuentemente a dormir varias personas en una misma cama, además de verse realmente forzados a continuar trabajando, bajo la amenaza de carecer de los medios mínimos indispensables para la propia sobrevivencia física si suspenden su actividad laboral, y estando obligados a usar cubrebocas baratos y de muy mala calidad, junto a geles diluidos y deficientes, y a salir sin caretas, guantes, etc., debido a sus precarios y limitados ingresos económicos habituales.[4]
Terrible cuadro de la desigualdad social extrema de las condiciones para prevenir eficazmente la pandemia, que se complementa con el hecho de que, en caso de caer enfermas, las elites dominantes de todo tipo, cuentan una vez más con las mejores medicinas, y con los médicos y enfermeras especializados necesarios para poder curarlos, dentro de caros y bien equipados hospitales privados siempre a su servicio, para que sean capaces de enfrentar en las mejores condiciones a dicha enfermedad, mientras que en cambio, y en las antípodas de todo esto, los pobres y desposeídos de todo el planeta se mueren en las sillas o en las bancas de los pasillos de los hospitales públicos, sin alcanzar siquiera lugar en una cama, cuando no terminan refugiándose en sus humildes casas, para agonizar y morirse sin atención médica alguna, aunque no sin antes contagiar, en muchas ocasiones, a su familia entera.
Frente a este crudo y brutal panorama mundial, todos los Estados y todas las clases políticas del orbe, sin excepción alguna, hacen gala de indiferencia, de hipocresía y de extrema torpeza, en el manejo político y social de la pandemia. Pues atrapados todos ellos entre de un lado su real y permanente función de servir al capitalismo y a los capitalistas, que es su principal objetivo y tarea, y de otro lado su necesidad de gestionar de algún modo los efectos múltiples de la pandemia, para evitar el descontento popular y los posibles estallidos sociales, terminan siempre privilegiando a aquellos a los que realmente obedecen, a los capitalistas, aunque al mismo tiempo y de modo puramente retórico e hipócrita, proclamen a los cuatro vientos el preocuparse y el ocuparse de las clases y grupos subalternos de sus respectivos países. Y si como dice la sabia sentencia popular, ‘no es posible servir bien a dos amos, al mismo tiempo’, ha sido claro durante más de un año que el verdadero amo al que sirven todos los políticos y todos los Estados de todos los países, no es otro que el sistema capitalista mundial y sus correspondientes encarnaciones nacionales. Situación que demuestra la enorme sabiduría de los indígenas neozapatistas, cuando para caracterizar a esos políticos que hoy mal gobiernan en todas las naciones del planeta, utilizan la ingeniosa metáfora de que ellos son sólo los ‘capataces’, los ‘mayordomos’ y los ‘caporales’ del verdadero patrón o dueño de las fincas, que son los capitalistas nacionales e internacionales de todo el sistema capitalista a nivel mundial.[5]
Por eso, y en virtud de ese sometimiento estructural de los Estados, los gobiernos y los políticos de todo tipo hoy en el poder, a los grupos y a las clases capitalistas del planeta entero, es que ellos sólo han sido capaces, a lo largo de toda la pandemia, de proponer y concretar las siempre tibias, contradictorias, parciales y fallidas políticas implementadas por esos mismos Estados, en la lucha en contra del COVID-19. Políticas que se justifican todo el tiempo con el absurdo e insostenible discurso de que “es necesario combatir la enfermedad, pero sin descuidar la continuidad del funcionamiento regular de la economía”, al mismo tiempo en que, en los hechos, se apuesta cínicamente al previsible resultado de que el nuevo darwinismo social así promovido e instaurado, afectará sobre todo y en primer lugar a las poblaciones subalternas de todo el mundo, a los “peatones de la historia”, causando sólo en ellos las muertes y todos los efectos negativos de esta pandemia, mientras deja prácticamente intactos a los ricos, a los poderosos y a todos aquellos que ocupan los puestos altos de todas las diversas y múltiples figuras de la jerarquía social.
Mientras tanto, y repitiendo en otro escenario la sabida verdad de que las guerras modernas las organizan y las ganan los ricos, mientras los pobres las pelean y las sufren, poniendo solo ellos la correspondiente cuota de heridos y de muertos, esta moderna guerra de la humanidad contra el coronavirus sigue produciendo cada día más y más enfermos y más y más muertos, pasando de la primera a la segunda ola y de la segunda ola a la tercera, mientras las compañías farmacéuticas más grandes y ricas del planeta controlan y manipulan a sus respectivos Estados, para competir indiscriminadamente por el potencial mercado de la que sin duda será la vacuna más vendida en toda la historia del capitalismo, al mismo ritmo en que los Estados-Nación más poderosos del globo mezquinan y administran a su conveniencia la dotación o suministro de dichas vacunas a todo el tercer mundo, vulnerable, desprotegido y precarizado durante siglos, por la propia explotación económica y por el dominio político y geopolítico de dichas naciones ricas y privilegiadas.[6]
Por todo esto, como dicen los sabios compañeros neozapatistas, la tarea hoy prioritaria para todos los movimientos, las clases, los grupos y los individuos que luchamos en contra del sistema mundial capitalista, que hoy muestra de manera descarnada su generalmente oculto rostro depredador, destructivo y genocida de la humanidad, es la tarea de salvar la vida, para salvándola poder seguir ahora mismo y mañana luchando en contra de este mismo sistema capitalista planetario.[7] Pues más allá de las terribles y realmente catastróficas consecuencias que esta pandemia mundial está teniendo para los pueblos y los sectores oprimidos de todo el planeta, ella tiene también, a pesar de todo, algunos efectos positivos y potencialmente promisorios hacia el futuro cercano y también de mediano plazo.
Porque los hechos son testarudos. Y esos hechos están despertando y enriqueciendo a pasos acelerados la conciencia crítica de todos los subalternos del mundo. Ya que al observar la evidente y descarada hipocresía de sus clases políticas y de sus gobiernos, junto a la pésima gestión de la pandemia y a la cínica subordinación de esos malos gobiernos y esos políticos a los intereses económicos capitalistas, a los que despiadadamente y sin contemplación alguna se sacrifica a la gente, al bienestar público, a la defensa de la salud general y al combate realmente efectivo de la enfermedad, todas las personas en todos los países, terminan por esclarecerse y convencerse de que los políticos en general, se digan de derecha, de centro o de izquierda, no sirven para nada bueno, y que solo están enamorados del poder por el poder mismo, y entregados sin tapujos a sus respectivos sectores y clases capitalistas, cumpliendo la función ya mencionada de simples capataces, mayordomos y caporales.
También y al desnudar como todos los Estados del mundo eligen proteger al capital en detrimento de las mayorías sociales, al costo que sea en términos de víctimas fatales, los ciudadanos de a pie terminan por comprender que el Estado en sí mismo es el problema y no la solución, y que no hay ni puede haber Estados “buenos”, o “progresistas”, o “populares”, o “proletarios”, o “socialistas”, sino que el Estado es en su esencia misma enemigo de los pueblos, y que debe ser destruido completamente y hecho añicos, para en su lugar instaurar estructuras del “buen gobierno”, como las Juntas de Buen Gobierno Neozapatistas, es decir, en general, las diversas formas posibles del verdadero autogobierno popular.[8]
Al mismo tiempo, la verdadera situación-límite que esta pandemia mundial ha creado, ha obligado a los capitalistas de todo el planeta a renunciar a sus falsos discursos paternalistas, de conciliación de las clases sociales y de supuesta preocupación por sus trabajadores, para mostrarlos en su real naturaleza y esencia, la que se hace evidente cuando ellos, con el pretexto de la pandemia, corren a sus trabajadores sin indemnización ni compensación alguna, o cuando recortan personal y obligan a los pocos trabajadores que siguen en activo a realizar el trabajo de sus compañeros despedidos, sobreexplotándolos sin aumento alguno de salario, o cuando reducen los salarios, o las prestaciones, o deterioran las condiciones generales de trabajo, siempre con la justificación de “salvar la fuente de empleo” y de “sobrevivir a la pandemia”. Y esto, cuando no llegan al extremo, para nada infrecuente, de forzar literalmente a sus asalariados a continuar trabajando bajo condiciones que implican un alto riesgo real de contagio, a partir de la amenaza explícita de que de no hacerlo pueden ser inmediatamente despedidos.
Medidas draconianas del capital contra el trabajo, que además de ilustrar y confirmar por enésima vez la sabia tesis de Marx, de que el capitalista es solamente el “capital personificado”, y que su única brújula de comportamiento es la búsqueda insaciable e infinita de la mayor ganancia, le abren los ojos progresivamente a todas las clases trabajadoras del planeta, llevándolas a la necesaria conclusión de que, bajo el actual sistema capitalista mundial, es imposible enfrentar eficazmente todos los colosales problemas que hoy padece y confronta la humanidad: hoy mismo, el de la pandemia planetaria del COVID-19, pero mañana e incluso también ahora, el del cambio climático que amenaza cada vez más con provocar una catástrofe ecológica de proporciones inimaginables, con efectos devastadores que podrían terminar la vida misma de la especie humana, o también la salvaje y desenfrenada destrucción creciente de la naturaleza, con sus múltiples efectos de tsunamis, temblores, terremotos y también de otras pandemias similares al COVID-19 posibles, junto a la polarización social creciente, con sus múltiples y diversas consecuencias de multiplicación de las jerarquías, y de ahondamiento del ya inmenso desfase entre los grupos más privilegiados, más poderosos y más ricos, y los grupos más precarizados, más pobres y más desprotegidos, e igualmente el terrible desbordamiento y florecimiento sin límite de las más extrañas y enfermas formas de la violencia destructiva y caótica que se esparce como reguero de pólvora a todo lo largo y ancho del tejido de todas las sociedades actuales del mundo.[9]
Problemas sociales de magnitud realmente planetaria, igual que la pandemia actual, que son imposibles de enfrentar adecuadamente y de ser resueltos inteligentemente mientras sigamos aprisionados en la lógica capitalista aun hoy dominante. Lo que por ende nos conduce a todos a la obligada deducción de que es necesario terminar de una buena vez con este sistema capitalista mundial, antes de que él termine con la humanidad entera, en la medida en que dicho capitalismo mundial se revela cada día, de manera más patética y escandalosamente evidente, como la verdadera fuente de todos nuestros males actuales.
Abolición total del capitalismo en todo el planeta Tierra, cuyo proceso ha comenzado ya a desarrollarse de manera germinal y embrionaria pero muy clara y explícita, desde hace algunos lustros. Pues como bien lo dijo Marx, el problema sólo aparece cuando ya existen las condiciones de su propia solución. Y la pandemia mundial del COVID-19 nos confirma también la profunda corrección de este inteligente aserto. Pues al desnudar completamente el egoísmo, la mezquindad, la miopía y la inutilidad de los Estados, de los gobiernos, de los políticos, de los capitalistas, de los ricos y de los poderosos de este mundo, esta pandemia potencia y acelera la conciencia crítica de que la humanidad ha llegado a tal grado de madurez social y cultural, que ya no son necesarios, para el adecuado funcionamiento global de las sociedades modernas, ni los Estados, ni los patronos, ni tampoco los políticos o los ricos, igual que son totalmente prescindibles y superfluos, los poderosos, los que ocupan los altos puestos de la jerarquía social en todas sus figuras posibles, y todos aquellos que los sirven y los protegen, como los policías, los carabineros, los ejércitos y los soldados, junto a las guardias blancas, o los pistoleros y guardaespaldas de cualquier tipo, entre muchos otros.[10]
Y es esta creciente y cada vez más aguda conciencia crítica de la inutilidad e innecesariedad de la sobrevivencia actual de la explotación económica, de las clases sociales, de la discriminación social, del racismo, del patriarcado y el machismo, de los poderes antagónicos y excluyentes y de las jerarquías sociales diversas, la que desde hace varias décadas se expresa en la múltiples revueltas anticapitalistas y antisistémicas contemporáneas que son llevadas a cabo por los distintos movimientos sociales, y por los sectores, y los grupos, y las clases subalternas de todo el globo terráqueo. Y son estas revueltas radicales, hoy vivas y actuantes, las que a través de sus demandas y exigencias fundamentales, nos muestran sin duda la verdadera salida del laberinto que hoy representa la pandemia mundial del COVID-19.
Porque habiendo crecido y madurado mucho antes de esta pandemia, y al haber detectado y asimilado también hace años, esa miseria y mezquindad de los políticos, los capitalistas y los poderosos, que hoy es desnudada y mostrada de forma evidente por los efectos del COVID-19, esos movimientos y las múltiples revueltas anticapitalistas y antisistémicas que ellos llevan a cabo en todas partes, nos habían ya propuesto e indicado la estrategia y la solución posible frente a los vastos problemas antes mencionados que hoy confronta la humanidad entera: la auto-organización popular.
Pues si el Estado y los políticos solo saben mal gobernar o no gobernar, entonces la alternativa es la de aprender a autogobernarse. Y si los capitalistas y los ricos solo explotan a todo el mundo, y viven del trabajo de los otros, la opción posible y lógica frente a esto es la de expropiarles los medios de producción sociales, como las tierras y las fábricas, y hacerlas producir para nosotros, para los que realmente las movemos y las hacemos trabajar, instituyendo en los hechos la sabia consigna de los movimientos populares de que el que no trabaja no come. Y si los poderosos y los jerarcas de todo tipo, sólo saben excluir, dominar, someter y discriminar, la salida natural es entonces la de abolir todo tipo de jerarquías y de poderes antagónicos, e instaurar entre todos los seres humanos relaciones horizontales, dialógicas, fraternas e igualitarias. Y todo esto es posible si nos organizamos entre nosotros mismos, es decir, si nos auto-organizamos.
Lo que ya ha comenzado a suceder en todo el mundo, como una respuesta espontánea a los terribles y destructores efectos de la pandemia, y frente a la torpeza y mezquindad de todos los gobiernos y los capitalistas. Pues frente a esta torpeza y mezquindad, lo que los subalternos han hecho es auto-organizarse para crear todo tipo de redes de solidaridad popular, regalando por ejemplo comida a quien la necesita, o también, organizando intercambios de productos sin la mediación del dinero, o compensando con trabajos y servicios el apoyo de los otros. Pero también creando fondos populares de ayuda y auxilio a los más diversos sectores sociales, por ejemplo a los artistas y creadores de cultura, o a los nuevos y viejos desempleados, o a los jóvenes en situación cada vez más precaria, o al número cada vez más creciente de madres solteras cabezas de familia, o un muy largo etcétera, entre muchas de las distintas iniciativas surgidas desde abajo, en todos los sectores populares y subalternos de los miles y miles de pequeños rincones del planeta en su conjunto.
Iniciativas de autoorganizaciòn popular, a veces nuevas y a veces derivadas de las experiencias previas realizadas por los movimientos antisistémicos, que también se hacen presentes al organizar las revueltas populares y subalternas que ellos impulsan, y que en las difíciles condiciones actuales, ayudan a madurar de manera subterránea, las condiciones generales de las cercanas y masivas protestas populares por venir. Porque el ‘viejo topo de la historia’ trabaja muchas veces de manera soterrada y encubierta, esperando con paciencia las condiciones de su saludable irrupción pública. Tal y como lo ilustran y demuestran el neozapatismo mexicano, o el movimiento mapuche chileno, igual que los piqueteros autonomistas argentinos, los Sin Tierra brasileños, o los indígenas ecuatorianos, peruanos, bolivianos o colombianos, realmente anticapitalistas y antisistémicos, entre muchos otros.
Porque es claro que en la geografía universal de las revueltas antisistémicas, que como lo demostró el año de 2011 tiene dimensiones realmente planetarias, le ha tocado sin embargo a América Latina, el papel de ser hoy el frente de vanguardia mundial de esas luchas y revueltas antisistémicas en curso. Papel de vanguardia que, desde México hasta Chile, y pasando por Ecuador, Perú, Colombia y Bolivia, se hizo otra vez clamorosamente evidente en las vastas movilizaciones y revueltas del año de 2019, que antecedieron a la irrupción de la pandemia del COVID-19.
Hoy los pueblos y los movimientos antisistémicos de toda América Latina, y también del mundo entero, maduran con paciencia y de modo soterrado las muy cercanas y futuras revueltas radicales que habrán de manifestarse e irrumpir en todas partes, en cuanto termine esta terrible pandemia actual. Mientras tanto, e igual que alguna vez lo hizo Don Quijote de la Mancha, esos movimientos “velan sus armas”, es decir, las distintas herramientas de la compleja lucha anticapitalista y antisistémica que habrá de escenificarse el día de mañana, cuando con el fin del COVID-19, dichos movimientos estén nuevamente en condiciones de utilizar hábil e inteligentemente esas herramientas, en sus cercanos combates futuros. Con lo cual, será posible por fin derrotar eficazmente, y borrar de la entera faz de la tierra, al cada día más atroz y destructivo sistema capitalista mundial.
Abril de 2021.
[1] Esta esencia depredadora y destructora de la ecología y de la naturaleza en general, caracteriza al capitalismo desde su propio nacimiento, y lo acompañará hasta su cercano final, que ya se perfila claramente en el horizonte. Al respecto, cfr. Alfred W. Crosby, Imperialismo ecológico. La expansión biológica de Europa, 900 – 1900, Ed. Crítica, Barcelona, 1988.
[2] Sobre los esquemas alimenticios de la humanidad, y cómo son transformados completamente por la irrupción del capitalismo, siempre es útil regresar a Fernand Braudel, “Capítulo 2. El pan de cada día”, en el tomo I, de Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVIII, Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1984, pp. 75 – 146. Véase también, Azucena Silvestre, “La alimentación capitalista que hay que superar”, en revista Mingako, núm. 2, 2015.
[3] Sobre la precarización de los servicios de salud pública por causa del neoliberalismo, y sus efectos directos en el número de víctimas causadas por el COVID-19, véase el ensayo de Barrera-Algarín E, Estepa-Maestre F, Sarasola-Sánchez-Serrano JL, y Vallejo Andrada A, “COVID-19, neoliberalismo y sistemas sanitarios en 30 países de Europa: repercusiones en el número de fallecidos”, en Revista española de Salud Pública, vol. 94, octubre de 2020.
[4] Sobre este punto, y sólo como un ejemplo posible, véase la situación que al respecto prevalece hoy en México, retratada con cifras terribles y contundentes, en el artículo de Julio Boltvinik, “Economía moral. Contar bien los contagiados. Cuarentena y hacinamiento en transporte y casa”, en La Jornada, del 3 de abril de 2020.
[5] Sobre esta sabia e inteligente metáfora, que desnuda la esencia misma de todos los gobiernos y de todos los políticos contemporáneos hoy en el poder, cfr. Subcomandante Insurgente Moisés, “El mundo capitalista es una finca amurallada”, del 12 de abril de 2017, en el sitio de Enlace Zapatista, en https://www.ezln.org.mx.
[6] Para mencionar sólo uno entre los muchos ejemplos posibles, de esa manipulación de los gobiernos por parte de las grandes empresas farmacéuticas transnacionales, cfr. John McEvoy, “Exclusive: Washington pressured Brazil not to buy ‘malign’ Russian vaccine”, del 14 de marzo de 2021, en el sitio: https://www.brasilwire.com. Y sobre el proceso histórico de siglos de la ‘periferialización’ de todo el tercer mundo por parte de Europa y Estados Unidos, que a través del mecanismo del ‘intercambio desigual’, crea simultáneamente la pobreza y precariedad crecientes de las periferias del capitalismo, y la riqueza y fortaleza concomitantes de los centros hegemónicos del sistema, cfr. Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial, 4 volúmenes, Ed. Siglo XXI, México, 2011 – 2014.
[7] Sobre esta postura neozapatista cfr. el Comunicado del Comité Clandestino Revolucionario Indígena – Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, “Por coronavirus, el EZLN cierra Caracoles y llama a no abandonar las luchas actuales”, del 16 de marzo de 2020, en Enlace Zapatista, https://www.ezln.org.mx.
[8] Sobre este punto, que nos sea permitido remitir al lector a nuestros libros, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Teoría del Poder. Marx, Foucault, Neozapatismo, Ed. Prohistoria, Rosario, 2020 y Mandar Obedeciendo. Las lecciones políticas del neozapatismo mexicano, Ed. Contrahistorias, México, 14a edición, 2018.
[9] Sobre estos complejos problemas, de magnitud realmente planetaria y de indudable escala histórico-universal, véanse las distintas posiciones de Immanuel Wallerstein, La crisis estructural del capitalismo, Ed. Quimantú, Santiago de Chile, 2016, Carlos Taibo, Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo, Ed. Los libros de la Catarata, Madrid, 2016, y Carlos Antonio Aguirre Rojas, Para comprender el mundo actual. Una gramática de larga duración, Ed. Instituto Politécnico Nacional, México, 2010.
[10] Por eso, no es para nada casual que todas esas figuras de los patrones, los terratenientes, los políticos, los jerarcas, o los ‘mandones’ de todo tipo, no existan dentro de los territorios neozapatistas de Chiapas, pero tampoco en las fabricas recuperadas o en los barrios piqueteros argentinos, o en los Acampamentos y Asentamentos de los Sin Tierra brasileños, o en las selvas amazónicas ocupadas por la CONAIE ecuatoriana, o en las montañas de Bolivia donde está asentado el Movimiento Pachakutik, o un largo etcétera. Sobre estas experiencias, cfr. Raúl Zibechi, Autonomías y emancipaciones. América Latina en movimiento, Ed. Bajo Tierra Ediciones, México, 2008, y Carlos Antonio Aguirre Rojas, Antimanual del Buen Rebelde, Ed. Universidad de San Carlos, Guatemala, 2017, y La tierna furia. Nuevos ensayos sobre el neozapatismo mexicano, Ed. Contrahistorias, México, 2019.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM