La exploración espacial de la segunda mitad del siglo XX nos reveló una imagen sorprendente: Mirar la Tierra desde el espacio por primera vez comenzó a cambiar la concepción de mucha gente sobre este planeta, el único del que sabemos con certeza que alberga vida.
Desde entonces, y hasta fechas más recientes, una gran cantidad de astronautas y cosmonautas, hombres y mujeres, ha experimentado lo que el autor Frank White bautizó como “efecto de la visión de conjunto” (overview effect): la perspectiva panorámica extraplanetaria que descubren las personas que están en órbita al mirar la Tierra “desde afuera” y les genera una conmoción emocional sobrecogedora, que combina asombro, arrobamiento y gozo, y cuya intensidad les produce un “cambio cognitivo de conciencia”, en palabras de White.
Esta visión de la Tierra, azul y frágil, meciéndose en la oscuridad del espacio, no sólo permite captar directamente la inexistencia de las fronteras geopolíticas; tampoco se percibe una demarcación clara entre las masas de tierra y los océanos: la Tierra se percibe como un sistema de sistemas interconectados y, principalmente, como un planeta vivo y hospitalario, cuya colorida biosfera, bullente de vida, contrasta con la inmensidad exánime del espacio exterior, del que la protege apenas una atmósfera increíblemente delgada.
La experiencia también ha permitido a algunos astronautas, como el estadounidense Ron Garan, darse cuenta de que los actuales problemas de la pérdida de biodiversidad, la deforestación y el calentamiento global de origen antropogénico, no son eventos desconectados, sino “síntomas de un error fundamental” acerca de cómo nos percibimos como humanos: “No nos percatamos de que somos una especie planetaria”.
En otras palabras, tenemos que reaprender que todos los sistemas de nuestro planeta están interconectados y que les humanes formamos parte de esa interconexión junto con las otras millones de especies (cerca de 1.5 millones ya descritas y entre 2 y mil millones por descubrirse), en términos biogeoquímicos, pero también vivenciales y emocionales, porque somos criaturas de la Tierra, como muchas culturas y pueblos originarios lo han sabido desde siempre y como lo evidencian los estudios que vinculan las mejorías en la salud mental y emocional de las personas al entrar en contacto con entornos naturales.
Algunos de estos estudios muestran que, aunque es definitivamente imposible que todes tengamos la oportunidad de experimentar de primera mano el “efecto de la visión de conjunto”, sí es viable promover o facilitar los sentimientos de trascendencia y de pertenencia que genera esa concepción.
Por ejemplo, para uno de los estudios referidos, un equipo del Centro de Memoria y Envejecimiento de la Universidad de California trabajó durante varias semanas con pacientes de entre 60 y 80 años, un grupo de edad propenso a desarrollar problemas de salud mental asociados con ansiedad y depresión. Aunque se les indicó que el estudio era sobre ejercicio, en realidad la idea era averiguar si una caminata diaria de 15 minutos en un entorno natural podía influir positivamente en su salud emocional, promoviendo emociones que favorecen la socialización, como la gratitud y la compasión.
Por eso, el experimento tenía un truco: Si la actividad se hubiese limitado a un simple ejercicio físico, las y los voluntarios probablemente se habrían concentrado en su caminar; sin embargo, se les pidió que prestaran atención y apreciaran cada detalle del bosque mientras caminaban. Asimismo, al final de cada paseo, debían tomarse una selfi.
Semanas después, además de una notable mejoría en su estado de ánimo, las selfies de los y las voluntarias reflejaban un aumento en la relevancia del paisaje, abarcando cada vez más naturaleza, mientras que las imágenes personales se hacían más pequeñas. Les investigadores interpretan este resultado como una mayor integración de les pacientes al entorno natural, aumentando su percepción de pertenencia a la naturaleza.
El psicólogo Dacher Keltner, entrevistado por Derek Beres, en el sitio Big Think, explica que el asombro, arrobamiento y gozo de sentirse parte de algo más grande, que experimentaron los y las voluntarias tan sólo con prestar atención y apreciar el bosque (aunque no les fuera inmediatamente comprensible), son emociones que mejoran el bienestar general y, además, promueven sentimientos de humildad y generosidad. Pero esto no se limita al contacto con la naturaleza: el arte y algunos actos realizados en colectividad, como conciertos multitudinarios o marchas y manifestaciones políticas, están entre las experiencias que pueden despertar las mismas emociones.
Por ello, es posible que compartieran esas emociones más de 20 millones de estadounidenses el 22 de abril de 1970, durante la primera celebración del Día de la Tierra, si le creemos a Gaylord Nelson, entonces senador y principal organizador del evento original, que en 2009 fue transformado por Naciones Unidas en el Día Internacional de la Madre Tierra, como reconocimiento de “que la Tierra y sus ecosistemas son nuestro hogar”.
Refiere Nelson que, en aquella ocasión, hoy hace 54 años, “un grupo suficientemente grande y distribuido de personas reconoció la fragilidad y la naturaleza finita del ecosistema de la Tierra; comprendió que ‘todo está conectado con lo demás’ y aceptó la responsabilidad no sólo para enmendar los errores del pasado sino para evitar repetirlos en el futuro”.
Lamentablemente, no ha sido así. Varios de los problemas que ya agobiaban a muchas ciudades y regiones del planeta en 1970, como la contaminación del aire y de cuerpos de agua, la deforestación y el exceso de emisiones de gases de efecto invernadero, la mal llamada “agricultura verde” (en pleno apogeo durante aquella década), la ganadería intensiva, las industrias extractivas, el consumo desbocado y la posterior globalización, se han conjuntado en la actual emergencia climática, provocada por las mismas acciones humanas de una parte de la población mundial, pero que hoy afecta principalmente a las sociedades (y también a las especies) más vulnerables.
De acuerdo con el profesor Arto Salonen, de la Universidad de Finlandia del Este, la principal razón detrás de esta intensificación de los problemas planetarios es que las personas (en las sociedades occidentales y occidentalizadas) se perciben como separadas de su realidad circundante. Por el contrario, afirma que si queremos conseguir “una transición integral hacia la sostenibilidad, necesitamos interpretaciones de la realidad más robustas y sistémicas”.
Con ese propósito, y en colaboración con un equipo internacional, Salonen dirigió un estudio para analizar y proponer un nuevo modelo pedagógico, que busca promover una “sociedad en aprendizaje” que consiga modificar “los valores, creencias y puntos de vista de sus ciudadanos”, lejos del “poderoso dogma contemporáneo de progreso basado en el crecimiento económico, incremento del consumo y optimismo tecnológico”, que hoy está bajo una fuerte tela de juicio debido a la exacerbación de la emergencia climática.
La llamada Teoría de la Pedagogía Social Planetaria es una propuesta interesante, que “reconoce las interconexiones e interacciones entre personas, sociedades y el planeta, e imparte una orientación ética hacia la acción que refuerce la salud e integridad de todas las entidades” (humanas, no humanas y sus entornos).
La propuesta explica que, en contraste con otras formas de educación ambiental, que continúan subordinadas a los objetivos generales de la educación tradicional concentrada en servir a las ambiciones de la economía neoliberal, la Pedagogía Social Planetaria vincula ideas de igualdad ecológica y social en un concepto de “bienestar planetario”, que incluye un enfoque ético que reconoce el valor de todas las entidades naturales por sí mismas, y no por su importancia para les humanes.
Así, la transformación cultural en un contexto planetario que persigue es como un viaje, en el que agrega a la perspectiva científica enfoques artísticos y emocionales, para reconocer la profunda interconexión con una totalidad mayor y crear nuevas experiencias colectivas que permitan imaginar futuros alternos a las distopías actuales y elegir el mejor, de manera que esto permita construir una verdadera civilización, que la mayoría hemos buscado durante mucho tiempo.
De acuerdo con la UNESCO, la educación tiene “un papel central para reconfigurar radicalmente nuestro lugar y agencia en este mundo interdependiente. Esto requiere un cambio de paradigma total”: Esto significa pasar de conocer el planeta simplemente para actuar en él, a asumir nuestra vinculación con éste. “Nuestra supervivencia futura depende de nuestra capacidad de hacer este cambio”.
Pero ese paradigma, curiosamente, ha sido una verdad para muchos pueblos y culturas que, sin haber tenido la oportunidad de mirar la Tierra desde el espacio, ancestralmente la han considerado una madre, a cuyo destino está atado el de todos los seres vivos: Si la Tierra enferma, también enfermamos; si su vida termina, se acaba la nuestra. Por ello, desde esta concepción, su cuidado necesariamente produce profunda alegría y satisfacción.
Si lo anterior sirve como guía, pese a que no tengamos la posibilidad de ver nuestro planeta desde el espacio, es factible participar de las emociones de asombro, arrobamiento y gozo que experimentan las y los astronautas recurriendo a una nueva educación, o simplemente reaprendiendo a prestar atención al entorno natural y aprovechando la imaginación para ver con nuevos ojos y apreciar cuán precioso, único y frágil es nuestro único hogar en el Universo: nuestra madre Tierra.
Bibliografía:
Beres Derek, «How a 15-minute ‘awe walk’ drastically improves mental health», Neuropsych October 1, 2020, Big Think, URL: https://bigthink.com/neuropsych/awe-walk/
Brendan B. Larsen, et al., «Inordinate Fondness Multiplied and Redistributed: the Number of Species on Earth and the New Pie of Life», The Quarterly Review of Biology, Volume 92, Number 3, 2017, pp. 229-265.
Dickinson Kevin, «We need an “orbital perspective” to solve Earth’s problems», The Learning Curve, Big Think, December 14, 2022. URL: https://bigthink.com/the-learning-curve/orbital-perspective/
Nelson Gaylord, «Earth Day ’70: What It Meant», EPA Journal, April 1980. URL: https://www.epa.gov/archive/epa/aboutepa/earth-day-70-what-it-meant.html
Salonen Arto O., Laininen Erkka, Hämäläinen Juha, Sterling Stephen, «A Theory of Planetary Social Pedagogy», Educational Theory, 73 No. 4 (2023). https://doi.org/10.1111/edth.12588.
UNESCO, «Common Worlds Research Collective, “Learning to Become with the World: Education for Future Survival”», Education Research and Foresight Working Paper, 28, 2020 Paris, UNESCO, 2.
White Frank, Sitio de Frank White, Author, Space Philosopher, URL: https://frankwhiteauthor.com/
Estudiante de la Maestría en Filosofía de la Ciencia de la UNAM