Fotos y texto: Hugo José Suárez
1 Llego a mi casa luego del susto. El tráfico estaba intenso, y todos asustados. En la puerta de mi edificio la gente se congrega, pocos quieren volver a sus hogares. Las paredes que otrora daban seguridad, hoy son un riesgo. Subo a mi departamento y me encuentro con el eco del terremoto. Son cosas leves: cajones abiertos, botellas caídas, adornos perdidos. La pared de mis fotos favoritas está desencajada, ninguna simetría resiste el temblor.
Salgo a caminar por Coyoacán, mi barrio adoptivo, desde donde escribo, aprendo, platico, enseño, leo. Llego a la iglesia principal, entre las ramas, alcanzo a ver la silueta de la cúpula del templo, hay un espacio vacío. Me doy la vuelta, frente al atrio veo las piedras tiradas de aquello que fue una pequeña torre que sostenía la cruz. Ya no está en lo alto.
3 Voy a dormir con mucha angustia, no sé si habrá réplicas, no sé cuánto aguantará mi edificio. Al día siguiente salgo con mi familia a uno de los lugares que más han sido afectados, donde se desplomó un edificio multifamiliar. Veo rostros de los rescatistas anónimos. Uno está en bicicleta llevando agua y víveres, otro va en moto con palas y chalecos color naranja, uno más va caminando, con una mochila en las espaldas, cargando esperanza.
4 Un sentimiento nos une a todos, solidaridad, ganas de ayudar y una sola pregunta: ¿qué puedo hacer? Un niño sale con una pequeña canasta con “tortas” y un cartel informando que las regala. Alguien cuela un cartel improvisado para atender mascotas. Una mujer, que sin duda se levantó con el impulso de hacer algo, cocina unas enchiladas en la olla más grande que tiene en casa. Sale a la calle, se instala en una esquina y reparte platos a cualquier transeúnte.
5 Aprendemos muchas cosas con este terremoto. El puño en alto significa silencio para que los rescatistas puedan escuchar algún susurro de vida entre los escombros. Hoy los brazos en alto también quieren decir esperanza, resistencia, solidaridad, ternura. Significan que sólo juntos podemos enfrentar la desgracia.
Me quedo con esta última toma. Es un departamento a unas cuadras de mi casa, un quinto piso. El edifico fue evacuado. Imagino que los dueños sólo pudieron subir una vez más, custodiados por un profesional, para sacar lo más importante. No hubo condiciones para una mudanza. Se quedan los sillones, el cuadro chueco, las plantas que nadie regará más, las cortinas que enfrentarán la lluvia y el viento. Un amigo cercano que también tuvo que evacuar comentaba que, entre otras cosas, el terremoto enseña a desprenderse de los objetos cotidianos y queridos. Ahí está el departamento que albergó tantas historias y que ahora sólo espera ser demolido. Una pequeña bandera mexicana cuelga de la ventana.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM