Este es el tercer y último ejercicio de exposición y edición de fragmentos de los diarios de campo realizados en investigaciones precedentes. En esta nueva entrada reflexiono acerca de la doble condición de sobrevivientes y científicos de algunos de los investigadores entrevistados durante una investigación realizada en Argentina, Colombia y México. Sin proponérmelo, encontré aristas sobre la configuración de las trayectorias científicas a través de crudos hechos de violencia y muerte; y como corolario de ello, dicho encuentro me interpeló a mí mismo…
Atento y conmovido escucho los relatos sobre muertes, desapariciones, violencias y exilios que sufrieron personas hoy dedicadas a la academia en Argentina, Colombia y México. Son relatos de dolor inesperados porque no había contemplado este tipo de experiencias dentro de mi investigación. Lo admito: no estoy preparado para abordarlas en profundidad aún cuando yo mismo he sido testigo de la guerra en Colombia y víctima de sus diversas violencias. Pero las nostalgias y zozobras evocadas en las entrevistas son ahora inexorables, no puedo negar ni obviar su carácter de quiebre en las trayectorias de las personas entrevistadas.
Las diversas dictaduras en Argentina y la situación de guerra en Colombia han maltratado la piel de la academia, con especial énfasis en las ciencias sociales, se sabe. Ahora, sin imaginarlo, a través de las entrevistas, las personas otrora exiliadas y violentadas me hacen partícipe de sus experiencias a través de la memoria, a través de la remembranza de cómo esos hechos los condujeron de una u otra forma a ser las personas (científicas) que son hoy.
Mi hipótesis es que el exilio y la violencia desgarran las emociones de quien las padece, pero también generan una potencia en el pensamiento. La victoria sobre los perpetradores no es la venganza, el odio o la ignominia, sino un gallardo ejercicio de inmersión investigativa sobre sus prácticas de terror. Se trata de entender las múltiples causas de la violencia –llegar a sus más profundos abismos– para devenir sobreviviente-investigador(a). Estudiarla, escudriñarla (casi al punto de auscultarla) para interpelarla. Hacer del estado personal de crisis del pasado una fuerza intelectual en el presente: esa es la interpretación que hago de los científicos y científicas sociales cuya trayectoria profesional tuvo un quiebre por los acontecimientos biográficos relatados. ¿Puede decirse entonces que la dedicación a la academia es el dominio que da sentido a investigar(se) a través de la otredad? Tal vez no, pues –hablando como víctima– creo que se trata de algo mucho más íntimo, una reconfiguración de la subjetividad.
Si, como dice Michel de Certeau, «la historia hace hablar al cuerpo que calla» (2010: 16), entonces identifico en el trabajo de estos investigadores agraviados en el pasado múltiples historias que hablan; ellas, en conjunto, son historia incorporada que nunca ha callado. La academia es la antítesis del silencio; por eso sus investigaciones sobre memoria social y colectiva, sobre desapariciones, sobre desplazamiento forzado, sobre las dictaduras cívico-militares, sobre el conflicto armado interno, sobre las transiciones políticas, de una u otra manera remiten a sus propias cicatrices, hablan por sus cuerpos. Sus investigaciones son las reminiscencias de su pasado y, al mismo tiempo, proyección de su futuro. Destino hecho.
He entrado en ese circuito ajeno del habla a través de las entrevistas y he movilizado la memoria de los entrevistados hacia el detonante de sus investigaciones, hacia la genealogía de sus trayectorias científicas (¿o, tal vez, ellos han movilizado mis entrevistas hasta ese punto?). Ya no hay distancia entre la violencia acaecida sobre los cuerpos y la memoria, así como no hay extrañamiento de mi parte hacia el vínculo entre el dolor y el pensamiento de sus protagonistas. Las vivencias extremas de los entrevistados se llevan al límite y por decisión propia a través del conocimiento. La academia es, en estos casos, una experiencia liminal.
De pronto, al revisitar las entrevistas realizadas, me voy dando cuenta que dedicar la vida a investigar aquello que transgredió la propia condición humana no tiene que ver con «llenar un vacío» ni con «encontrar una voz colectiva», sino con establecer en la alteridad un reencuentro mediato, un retorno programado. Myriam Jimeno (2007) dice que en el acto de rememorar y relatar, la persona comienza encontrar formas para reconstruir el sentido subjetivo de la vida. Yo añadiría que, en el caso de científicos sociales, la búsqueda de reconstrucción de sentido es doble porque a través del estudio sistemático de las violencias después de padecerlas el tiempo (biográfico) de dolor se recombina con el tiempo (profesional) de investigación generando una nueva subjetividad: se llega a ser científico o científica social por vocación y por escisión (vocación por la profesión y escisión en el cuerpo). La condición de académico no se puede desvincular de la condición de sobreviviente y allí tanto una como otra dan sentido subjetivo a la vida.
Y después de las entrevistas pienso que la academia es justo lo opuesto a la «zona gris» que Agamben (2000) explicita en su análisis sobre los sobrevivientes de Auschwitz. Para Agamben la zona gris es la vergüenza de la continuidad del horror disfrazada de humanidad. En la academia no hay –no puede haber– disfraz y por tanto no hay vergüenza. El exilio y la violencia en la biografía de los entrevistados no buscan ser una zona gris transpuesta en investigaciones científicas, ni una performatividad de expertos mostrada a los demás para ser aprehendida; es, al contrario, la búsqueda de una comunidad emocional (Jimeno, 2007) con el propósito de dar cuenta de la atrocidad desde la subjetividad y la alteridad para que ninguna sociedad vuelva a ella.
Las entrevistas abrieron para mí un nuevo punto de vista y me interpelaron como persona, como víctima y como académico. Ellas me recordaron por qué nunca me acerqué a esos temas críticos de la historia contemporánea: porque para dedicarse a ello se debe poseer una sensibilidad y seguridad específicas, porque se trabaja nada menos que con las desgarraduras del alma, con profundas reconfiguraciones del ser después de oprobiosos actos de horror. Las entrevistas me permitieron una comprensión más profunda de algunas dimensiones de las ciencias sociales, la comprensión de algunos actos de violencia en nuestras sociedades y la aprehensión de un dolor ajeno que es, también, compartido.
Bibliografía
Agamben, Giorgio (2000). Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III. España: Pretextos.
Certeau, Michel de (2010 [1985]). La escritura de la historia. México: Universidad Iberoamericana.
Jimeno, Myriam (2007). “Lenguaje, subjetividad y experiencias de violencia”, Antípoda, Nº 5, pp. 169-190.
Becario Posdoctoral del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.